La visita dura unas dos horas y comienza con un audiovisual en la cabaña donde se venden las entradas, al lado del aparcamiento. Cuando acaba, te suben en tren por la carretera del 33 a la mina mientras te van dando explicaciones de todo el paisaje. La carretera del 33 era la típica ruta minera de la región, que la comunicaba con el mar.
La mina cuenta con más de 4000 m2 abiertos al público, a 80
m de profundidad. Se abrió en el 1869 y de ella se extraía pirita. La visita es
larga y lo mejor es el lago interior de aguas rojizas. Te dicen que puedes
probar el magnesio que recubre las paredes y los techos de la mina. Esto es lo
que hacían los mineros que trabajaban allí a oscuras y en condiciones
infrahumanas. Está asqueroso. Amargo, amargo.
Al acabar la visita a la mina, el tren te lleva al
restaurante y al mirador. Se puede seguir la visita por libre a la Mina Pablo y
Virginia (se ve por fuera), el polvorín, el lavadero, el horno de tostación y
el serpentín. Si no, desde el mismo restaurante, el tren vuelve a bajar hasta la entrada.
Sin duda, ¡merece la pena! Hay que hacer reserva por email, porque las entradas son limitadas.
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