Japón - Día 10: Opinión de Shimaya Monkey Home Town (Yudanaka Onsen)



Opinión de Shimaya Monkey Home Town

La reserva del hotel la hice a última hora. Estaba empeñada en dormir en un Ryokan pero eran tan caros… que se me salía del presupuesto. Tanto buscar dio sus frutos y reservé en el Shimaya, uno modesto en comparación con los de lujo que hay en la zona. Y es que la zona de los Snow Monkeys es un destino de lujo famoso para los japonenes que quieren esquiar y disfrutar de las aguas termales.

Nada más reservarlo me llegó un email de bienvenida del dueño. Un tipo curioso. En el email me explicaba cómo llegar al hotel en inglés: 

"Hotel: When you leave Yudanaka Station turn left. You will see a convenience store  called Lawson. Follow the road beside Lawson and walk up about 300m along the road. You will see our hotel on your left hand side, just before the Haiku museum." 


El tipo es tan servicial que agobia. Se deshacía en bienvenidas, reverencias, y se jactaba de hablar perfecto inglés. Pero me costaba la vida entenderlo. Y al final nos comunicábamos sólo con Ok? OK. No me preguntes cómo, pero el caso es que medio nos entendíamos.

Le sentó mal que ya hubiera visitado a los monos, ya que él se ofrecía a llevar a los turistas en su  camioneta gratis a verlos. Se ofrecía de taxista para todo y si hubiera tenido móvil, bastaba con llamarlo para que viniera a buscarme donde estuviera. Un lujo.

También me ofreció una visita privada a su onsen, para que no tuviera que pagar ninguno del pueblo. Fue genial. Nunca había estado en uno, pero fue una experiencia tremenda, aunque era muy difícil para mí aguantar el agua tan caliente. Así me quité la molestia de acudir a los de Yudanaka Onsen, porque ahí son públicos, divididos en hombres y mujeres y tienes que ir desnudo en todo momento.

La habitación también estaba genial: tenías futones dobles, aire acondicionado, frigorífico, televisión y un set de té. También te dejaban yukatas. No le faltaba un detalle.



Fuera, había una lavadora, un microondas y varios lavabos. Los lavabos y los baños eran compartidos y tenías que dejar tus zapatos en la puerta y coger unas zapatillas que había preparadas para entrar.

Por la noche, Mister Yumoto (como se hacía llamar) me llevó a la entrada del hotel y me enseñó un montón de archivadores con información de actividades y de restaurantes cercanos. Había pillado los menús que ofertaban y los viajeros habían puesto su opinión sobre ellos en inglés. Una especie de TrypAdvisor rústico. Pero una idea que me vino genial.

Tras decirle que quería curry, me llevó en su coche a lo que él consideró el mejor restaurante para comerlo. Por fuera jamás hubiera averiguado que eso era un restaurante. Dentro había dos hombres sentados en unos cojines que se sorprendieron al verme. Se levantaron muy rápidamente y me recibieron con reverencias, y mucho más cuando les dije que venía de parte de Mister Yumoto.

El restaurante era muy pequeñito y estaba atestado de cosas. Tenía un montón de estanterías llenas de mangas. Me sentaron en la zona de mesas y me trajeron las cartas. ¡Dios! Se pegaba todo, qué cochambre. Estábamos abrumados ante tanta amabilidad y tanto “Sama, sama”, pero a mí me entraban ganas de coger un bote de lejía y empezar a restregarlo todo.

Cuando me trajeron el plato de arroz con curry y cerdo, me pusieron un termo con té que parecía café. El sabor era bueno pero veía los termos puestos en hilera en el frigorífico de delante con las bolsitas de té metidas en el agua y no me atraía mucho. 


El curry estuvo buenísimo, las cosas como son. Y más si tenemos en cuenta que sólo había comido el dulce extraño de por la mañana y algo ligero en el Lawson. Ahora, no te apoyaras mucho en la mesa, que de allí no te despegaban ni con una espátula. Los condimentos estaban en una cajita en un extremo de la casa y no pude ni levantarlos. 😖

A la hora de pagar, me cobraron de menos por venir de parte de Mister Yumoto (debía ser el yakuza del pueblo). Cuando ya estaba en la puerta, me llamaron a voces para que volviera. Me sacaron una cajita de música con una figurita de Doraemon en la tapadera con un muelle. Le dieron cuerda con la musiquilla, se abrió y me dio a coger tres bombones. Tenían que ser tres para que tuviera buena suerte en mi viaje. Mientras cogía los bombones el Doraemon se paró, el tío se puso rojo de vergüenza y corrió a darle con la mano para que la figurita se siguiera moviendo, como si le fuera la vida en ello.

No entendí nada del Doraemon, pero sí que supe que la lejía ni la conocen. Aunque la comida estuviera buena y se deshicieran en amabilidades. Una cosa no quita la otra.

Tras salir del restaurante fui a buscar un festival que me había indicado el crack de Mister Yumoto en un plano. El pueblo era precioso, pero no había nadie por la calle y no había casi luz.

Atravesando el puente vi cómo un señor en bici no paraba de seguirme. Estaba acojonada. Al final se decidió a acercase: tan sólo quería saber de dónde era y ayudarme a llegar a mi destino por si estaba perdida. Y de paso practicar un poco de inglés. Impresionante.

Llegué al festival que consistía en algo parecido a la caseta municipal de mi pueblo en la feria. Había farolillos, una mujer cantando y todos estaban hinchándose a cerveza, fideos y vestidos muy elegantemente con su yukata. Me fui pronto, era la única occidental y sobraba, se notaba un montón.  Pero fue curioso.

Así, que tras saludar a Mister Yumoto que quería saber si todo me había parecido OK, me fuia mi futón.

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