Saliendo de Yoyogi Park se encuentra el puente más famoso de Tokyo: Jingu-Bashi. Justo al lado de la estación de Harajuku. Aquí está la exhibición más grande cosplay, sobre todo, los fines de semana. Adolescentes disfrazadas de lolitas, maids, lolitas góticas, de anime… todos se ponen en el puente a posar por el simple placer de que les hagan fotos.
Adentrándome en Takeshita-dori seguí viendo ejemplos de cosplay. Ahora sí, al
más puro estilo Tokyo. Bullicio por todos lados, andábamos en hileras, en
filas. Nadie se salía de la fila, de uno en uno. Si querías ver una tienda de la
calle de en frente, chungo, era imposible salir de aquel improvisado orden. Así
que, pacientemente, recorrí la calle parándome de vez en cuando para
comer algo en los puestecillos de takoyakis y mil y un productos.
Harta del agobio de ir en fila y de ver tiendas de
estilo punk, peluches, y lolitas, salí hacia Shibuya.
Visitando Shibuya
Aquí los grandes almacenes son los
protagonistas. Eso y la gente, gente y más gente por todos lados. Por eso el
cruce de Shibuya es el más transitado del mundo. Rodeado de edificios con los
famosos anuncios y pantallas de televisión gigantes al más estilo Blade Runner,
el cruce hace honor a su fama. El barrio cuenta con más de un millón de
habitantes.
Había visto en documentales y en guías de
viaje que lo más famoso era quedar en la estatua de Hachiko, un perro que iba a la estación todos los días a que
volviera su dueño, un profesor de la universidad. El profesor murió en 1925
pero el perro seguía yendo a esperarlo todos los días hasta que también murió
diez años después. Por su fidelidad los japoneses le hicieron esta estatua.
Pregunté por lo menos a diez personas dónde estaba la estatua tan famosa,
pero nadie la conocía. Al final llegué por azar. Era tan pequeña que la gente
la tapaba.
Busqué entre tanta
tienda la famosa colina de Love Hotels, recorriendo la calle Cuesta España (sí, su pasión por España
es enorme). De todo el bullicio de las calles principales esta colina está en
la más absoluta tranquilidad, llena de estos hoteles discretos que cobran por
horas, y no se escucha ni un alma. Saciada la curiosidad por el sitio
volví a disfrutar de las compras y a refugiarme del calor pegajoso de Tokyo
en unos grandes almacenes.
Vuelta a casa usando la estación de
Shibuya hasta Ueno, y desde allí andando hacia el hotel. No sin antes hacer una
parada, que se convirtió ya en tradición, en el Mcdonalds que estaba a medio
camino, para reponer fuerzas con un batido. Era una de las pocas veces que podía disfrutar de leche, porque estaba tan cara que ni por asomo la iba a comprar. Repuestas las
fuerzas ya sólo me quedaba un kilómetro para llegar al hotel y descansar.
Otras entradas que te pueden interesar: