Por la mañana temprano recorrí toda la avenida de Asakura-dori, más de dos kilómetros, hasta Ueno Koen. Mirando un mapa a la entrada del parque, un japonés me preguntó si necesitaba ayuda. Como no nos entendimos, acabó llevándome a la zona de los lagos (por ejemplo) porque no supe qué quería decirme, pero nos reímos mucho.
Visitando el Parque Ueno
El Parque Ueno es el más antiguo de Tokyo. Está lleno de templos y
de atracciones, como el Museo Nacional, el de arte Occidental, el zoo…
Subiendo unas escalerillas,
comencé la visita por donde me había llevado el hombre, el Shinobazu Pond, un estanque que tiene en medio la pequeña Bentendo Hall Shrine, dedicada a la
diosa Benzaiten. Allí descubrí una de las grandes pasiones de los japoneses:
hacer fotos a las flores. Había muchos recorriendo el parque, colocando las
hojas de la manera adecuada, con su objetivo preparado.
Como, ciertamente, ahí no
quería ir, volví sobre mis pasos hacia la entrada del parque de nuevo y
busqué por mi cuenta el templo
Kaneiji. Durante el periodo Edo éste fue uno de los templos más importantes
de la ciudad, aunque ahora no es tan impresionante, su pagoda de cinco pisos
merece bastante la pena.
Desde allí, y haciendo miles de
paradas, porque todo me sorprendía, me topé con el Kiymizu kannon-do. Su magnífico camino de toris me llevó al templo donde las mujeres que
quieren tener un bebé dejan un muñeco en ofrenda a la diosa de la misericordia,
Senju Kannon, y éstos se queman el 25 de septiembre. Todo el camino irradiaba
paz y tranquilidad con algún que otro monje rezando delante de las puertas de los
distintos templos. Era magnifico.
Para terminar, visité el
templo Toshogu, uno de los más llamativos. La belleza de sus linternas y de sus estructuras es testigo de cómo
ha sobrevivido a todos los desastres por los que ha pasado la ciudad: terremotos, guerras, incendios… El
templo está dedicado a Tokugawa leyaso, el gran fundador del shogunato Edo. Su
interior está cubierto de pan de oro. Lamentablemente, estaba en obras.
Ueno Koen es un sitio inmenso,
por lo que perderse por sus senderos puede llevar todo el día, tiempo del que
no disponía. Me contenté con lo visto hasta el momento y
decidí volver para disfrutar de Asakusa, esta vez de día, no sin antes
asombrarme por la gran cantidad de mendigos que inundaba el parque.
Ser mendigo en Japón no es fácil.
No roban. No piden. No está bien visto que te den dinero por no hacer nada, por
lo que se dedican a recoger basura, reciclar latas, periódicos… tener alguna
función por la que recibir algo de dinero para subsistir. Hacen sus hogares en muchos parques con
plásticos azules a modo de tiendas de campaña. La gente los ignora, son
inexistentes. Algunos, por orgullo, se niegan a ser ayudados, por lo que su
espectro fantasma se sigue ignorando. Muchos son gente que ha perdido su empleo
y que no vuelven a casa por vergüenza, por no deshonrar a su familia. Y las
familias lo asumen, no los buscan, con tal de no vivir deshonradas. Vemos como
el Japón más moderno se torna de un toque antiguo y rancio, que aún inunda su
mentalidad.
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