Opinión de Shimaya Monkey Home Town
La reserva del hotel la
hice a última hora. Estaba empeñada en dormir en un Ryokan pero eran tan
caros… que se me salía del presupuesto. Tanto buscar dio sus frutos y
reservé en el Shimaya, uno modesto en comparación con los de lujo que hay en
la zona. Y es que la zona de los Snow Monkeys es un destino de lujo famoso para
los japonenes que quieren esquiar y disfrutar de las aguas termales.
Nada más
reservarlo me llegó un email de bienvenida del dueño. Un tipo curioso. En el
email me explicaba cómo llegar al hotel en inglés:
"Hotel: When you leave
Yudanaka Station turn left. You will see a convenience store called Lawson.
Follow the road beside Lawson and walk up about 300m along the road. You will
see our hotel on your left hand side, just
before the Haiku museum."
El tipo es tan servicial
que agobia. Se deshacía en bienvenidas, reverencias, y se jactaba de hablar
perfecto inglés. Pero me costaba la vida entenderlo. Y al final nos
comunicábamos sólo con Ok? OK. No me preguntes cómo, pero el caso es que medio
nos entendíamos.
Le sentó mal que ya
hubiera visitado a los monos, ya que él se ofrecía a llevar a los turistas en su camioneta gratis a verlos. Se ofrecía de
taxista para todo y si hubiera tenido móvil, bastaba con llamarlo para que
viniera a buscarme donde estuviera. Un lujo.
También me ofreció una
visita privada a su onsen, para que no tuviera que pagar ninguno del pueblo.
Fue genial. Nunca había estado en uno, pero fue una experiencia tremenda, aunque
era muy difícil para mí aguantar el agua tan caliente. Así me quité la
molestia de acudir a los de Yudanaka Onsen, porque ahí son públicos, divididos
en hombres y mujeres y tienes que ir desnudo en todo momento.
La habitación también
estaba genial: tenías futones dobles, aire acondicionado, frigorífico,
televisión y un set de té. También te dejaban yukatas. No le faltaba un
detalle.
Fuera, había una lavadora,
un microondas y varios lavabos. Los lavabos y los baños eran compartidos y
tenías que dejar tus zapatos en la puerta y coger unas zapatillas que había
preparadas para entrar.
Por la noche, Mister Yumoto
(como se hacía llamar) me llevó a la entrada del hotel y me enseñó un montón
de archivadores con información de actividades y de restaurantes cercanos.
Había pillado los menús que ofertaban y los viajeros habían puesto su opinión
sobre ellos en inglés. Una especie de TrypAdvisor rústico. Pero una idea que
me vino genial.
Tras decirle que quería curry, me llevó en su coche a lo que él consideró el mejor restaurante para comerlo.
Por fuera jamás hubiera averiguado que eso era un restaurante. Dentro había
dos hombres sentados en unos cojines que se sorprendieron al verme. Se
levantaron muy rápidamente y me recibieron con reverencias, y mucho más cuando
les dije que venía de parte de Mister Yumoto.
El restaurante era muy
pequeñito y estaba atestado de cosas. Tenía un montón de estanterías llenas de
mangas. Me sentaron en la zona de mesas y me trajeron las cartas. ¡Dios! Se
pegaba todo, qué cochambre. Estábamos abrumados ante tanta amabilidad y tanto
“Sama, sama”, pero a mí me entraban ganas de coger un bote de lejía y empezar a
restregarlo todo.
Cuando me trajeron el
plato de arroz con curry y cerdo, me pusieron un termo con té que parecía
café. El sabor era bueno pero veía los termos puestos en hilera en el
frigorífico de delante con las bolsitas de té metidas en el agua y no me atraía mucho.
El curry estuvo buenísimo,
las cosas como son. Y más si tenemos en cuenta que sólo había comido el
dulce extraño de por la mañana y algo ligero en el Lawson. Ahora, no te
apoyaras mucho en la mesa, que de allí no te despegaban ni con una espátula. Los
condimentos estaban en una cajita en un extremo de la casa y no pude ni
levantarlos. 😖
A la hora de pagar, me cobraron de menos por venir de parte de Mister Yumoto (debía ser el yakuza del
pueblo). Cuando ya estaba en la puerta, me llamaron a voces para que
volviera. Me sacaron una cajita de música con una figurita de Doraemon en la
tapadera con un muelle. Le dieron cuerda con la musiquilla, se abrió y me dio a
coger tres bombones. Tenían que ser tres para que tuviera buena
suerte en mi viaje. Mientras cogía los bombones el Doraemon se paró, el
tío se puso rojo de vergüenza y corrió a darle con la mano para que la figurita
se siguiera moviendo, como si le fuera la vida en ello.
No entendí nada del
Doraemon, pero sí que supe que la lejía ni la conocen. Aunque la comida
estuviera buena y se deshicieran en amabilidades. Una cosa no quita la otra.
Tras salir del restaurante
fui a buscar un festival que me había indicado el crack de Mister Yumoto en
un plano. El pueblo era precioso, pero no había nadie por la calle y no había
casi luz.
Atravesando el puente vi cómo un señor en bici no paraba de seguirme. Estaba acojonada. Al final se
decidió a acercase: tan sólo quería saber de dónde era y
ayudarme a llegar a mi destino por si estaba perdida. Y de paso
practicar un poco de inglés. Impresionante.
Llegué al festival que
consistía en algo parecido a la caseta municipal de mi pueblo en la feria.
Había farolillos, una mujer cantando y todos estaban hinchándose a cerveza,
fideos y vestidos muy elegantemente con su yukata. Me fui pronto, era la única occidental y sobraba, se notaba un montón. Pero fue curioso.
Así, que tras saludar a
Mister Yumoto que quería saber si todo me había parecido OK, me fuia mi futón.
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