Con premura, ese día fui hacia Akihabara, el barrio paradigmático de
Tokyo. Ya en la estación de tren todo me llamaba la atención: dibujitos manga por
todos lados, ambiente friki, otakus, carteles, pantallas gigantes, música…
Akihabara es un sinfín de tiendas de varios pisos, la mayoría de ellas sin
ascensor y con escaleras estrechísimas, donde ver libros, libros y más libros,
y figuritas de anime. Los japoneses que me encontré aquí no son como los
que estaba yo acostumbrada a ver. La paciencia y la amabilidad que les caracteriza
aquí se olvida. Todo el mundo va andando rápido, chocándose contigo, nadie se
disculpa. Y los adolescentes, con el pavo a cuestas, están demasiado absortos en
sus lecturas como para darse cuenta de que están molestando en el pasillo.
Akihabara empezó siendo igual que
la Electric Street de Shinjuku, pero poco a poco la electrónica ha dado paso al
manga. Los vendedores, al igual que en Shinjuku, salen a la calle a gritar por
los megáfonos como si fueran tómbolas, pero mucho más estrafalarios y divertidos.
Su ciudad electrónica se llama Denki-Gai. Las tarjetas de crédito se aceptan en
prácticamente todos los establecimientos.
Las grandes cadenas de comida
también están aquí. Así que aproveché para comer en un Yosinoya, barato y
rico. Después entré en varios centros comerciales, como el edificio
de Sega, el famoso Don Quixote,
el Tokyo Anime Center o el Yodobashi Camera, el centro electrónico más grande el mundo. Las
Maids aparecen en cada esquina para
ofrecer publicidad de sus cafés. La verdad es que tenía curiosidad por ir a
uno, pero al final me dio cosa, porque muchos de ellos sólo permiten el paso a
hombres. No entenderé nunca la costumbre de estos cafés, pero bueno…
Al final acabé entrando en un
karaoke, muy chulo y barato. Las salas estaban tematizadas y con la entrada venían
incluidas dos bebidas. 👉 Más información.
Subí en el ascensor y me metí en una sala chulísima, llena de aparatos, una tele enorme, micros,
tablets… Me trajeron la bebida, la carta no era cara. Y allí estuve haciendo el pavo durante 45 minutos. Cuando quedaban 5 minutos, el teléfono
empezó a sonar. No sabía qué hacer. Abrí la puerta y le dije a un
empleado: el teléfono está sonando. Me miró con cara de “pues cógelo”. Lo cogí, y me dijeron como pudieron que tenía 5 minutos para recoger
las cosas y pagar en recepción.
Allí el karaoke se vive y lo que
realmente se alquila es la sala. Luego cada uno se puede llevar lo que quiera. La gente iba con bolsas llenas de bebida y comida, plan botellón.
También vi el Café Moco y el Café de los vampiros.
Es uno de los pocos sitios donde
encontré una tienda de souvenirs para extranjeros. Hasta ese momento me había sido muy difícil
encontrar recuerdos donde pusiera lo típico, el nombre la ciudad, algún
monumento… Por suerte, muy cerca del edificio de Sega encontré uno con buenos precios, que
vendían souvenirs de todo tipo.
Saliendo un poco del bullicio del
anime busqué la Catedral de Nicholai.
Una catedral ortodoxa rusa. No pega mucho con el resto del barrio y no te la
esperas cuando aparece ante tus ojos. Está junto a la estación de Ochanomizu.
Su nombre se debe a un misionero ruso que extendió la religión ortodoxa por
Japón. Una rareza que merece la pena visitar.
Desde allí mismo cogí el
transporte hacia Ueno, aún me esperaban mis dos kilometritos para llegar
al hotel.
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