Cuando respiré, ya tranquila, en la estación de Odawara tuve algo de mejor tiempo. Este pueblo es más grande. Su calle peatonal comercial
merece mucho la pena, sobre todo viéndola al atardecer. Y está llena de
restaurantes de comida internacional. Allí visité la Tumba de Hojo, Ujimasa y
Ujiteru y su castillo.
El castillo tiene cuatro pisos. Lo más extraño es que en la puerta del
castillo hay una jaula con monos. No pega mucho, ni entendí su significado,
pero allí estaba. Como ya anochecía, no pude entrar. Cerca está la
tienda Uirou, que lleva más de 800 años abierta y es famosa por sus dulces.
Siguiendo toda la calle del castillo hasta el final, se encuentra la
playa. Y me sorprendió bastante, porque estaba muy sucia. No se podía andar descalza por allí al estar toda llena de basura. Aun así, había alguna gente bañándose y con
bengalas. Desde la playa volví a la estación y cogí el tren directo hacia
Tokyo. Aún me quedaba un buen trecho hasta el hotel.
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