Me levanté muy temprano para acudir a ver lo
más representativo de Luang Prabang, lo que sale en todas las fotos y en todos
los documentales: la Procesión de las Ánimas.
Todos los días, entre las 5’30 y las 6’00 de la
mañana, cientos de monjes budistas salen en procesión para pedir comida que la
gente da en forma de ofrendas. Todos van descalzos, rapados, en silencio y
vestidos de naranja. Se levantan a las 4’00 para rezar y meditar.
La gente se empieza a poner en fila también para
observarlos y rezar. Esta es una manera de contribuir a su karma, creen que les
dará felicidad y una vida apacible. Las mujeres se arrodillan, los hombres
pueden estar de pie. Hay gente por mitad de la carretera que alquila el sitio
donde te puedes poner a rezar tú también si quieres participar. Les pagas, te
sientas de rodillas y te dan una cesta con bolas de arroz glutinoso que luego
les puedes dar a los monjes para que las metan en sus bolsas.
Lo que recogen los monjes constituye su comida
diaria y lo que sobra se lo dan a los más necesitados. A simple vista parece
una tradición centenaria preciosa, tranquila y en silencio. Muy mística. Pero,
desgraciadamente no. El turismo ha hecho mella y está convirtiendo esto en una
feria. Hay más turistas que locales dándole comida de todo tipo a los monjes. La
gente se para en todos sitios a hacerles fotos, incluso delante de ellos (no
hay que olvidar que hasta es un agravio mirarles a los ojos…), las vendedoras
de arroz van a gritos intentando alquilar los sitios para que te arrodilles,
alquilando paraguas…
Y, lo que más me impresionó: de arroz nada. La mayoría
del arroz se lo dan a las señoras que se ponen en las esquinas de las aceras
con unas cestas muy grandes y ellos se queda con… ¡chucherías! Sí, la gente les
da chocolatinas, gusanitos, patatas fritas… Los más jovencitos (no dejan de ser
niños), tiran el arroz y guardan con ansia el chocolate, aplastándolo en sus
bolsas para que quepa más. Una pena. Si ésta es su comida diaria…¡les va a dar
colesterol y les va a subir el azúcar!
Me encontré entre encantada de estar donde estaba,
delante de una tradición tan centenaria y mística, y decepcionada por el
comportamiento de los turistas y de los monjes. Un sentimiento muy agridulce.
Cuando vi gran parte de la procesión me di una vuelta por el pueblo y regresé a desayunar al “maravilloso” cutre-hotel.
Después del incidente con el desayuno, me dirigí a la agencia de viajes
para iniciar mi camino hacia las Pak Ou Caves.
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