Nada más llegar a la estación de autobuses de Sayaboury, lloviendo a cántaros, nos vino a recoger una furgoneta que nos llevó a un embarcadero precioso. Allí había un restaurante junto al lago, todo de madera. Habían hecho un apartaillo en su zona del lago para hacer un recinto cerrado de agua y poner un negocio de barcas a pedales. Pese a la lluvia, había gente en las barcas.
En el restaurante, en el que tan sólo estábamos los
que íbamos al Centro de Elefantes, nos sentaron en una mesa de madera mientras
mirábamos el impactante paisaje. Allí nos dieron de comer comida típica de
Laos, muy especiada y algo picante.
Después de comer y de hacer algunas fotos, vino
nuestro bote. Estábamos todos muy nerviosos, esperando con ansia ver ya a los
elefantes. El viaje en barco fue único. En mi vida había visto un paisaje
igual. Quedará en mi retina para siempre. Aunque llovía, daba igual. Estaba todo tan verde, tan
puro, tan tranquilo. No había nadie en el lago, solo nosotros y el
ruido de nuestro motor.
Cuando divisamos la orilla fue increíble. Unas
cuantas cabañitas dispuestas mirando al agua. Un paraíso. Se me saltaron las lágrimas
cuando por fin los vi. Allí estaban los elefantes, a pocos metros de nosotros,
dándose un baño.
El personal nos recibió con los brazos abiertos. Una amabilidad, una cercanía... Hablaban perfectamente inglés y estaban muy comprometidos con su tarea. Tan sólo los mahout hablaban poco inglés, aunque se esforzaban.
Nos llevaron a nuestras cabañas y nos enseñaron las instalaciones. Las chozas tenían dentro dos camas con mosquiteras, perchas y un espejo. El porche era ideal, con tu hamaca para poder disfrutar tranquilamente del paisaje. Lástima que lloviera.
Los servicios son comunitarios. Hay varios en el centro y hay que entrar sin zapatos. Aunque cuando te acostumbras es mucho mejor ir andando descalzo por mitad de la selva. Así no hay problema con limpiarse los zapatos. Juro que, al final, acabarás yendo descalzos por comodidad. Yo me acostumbré en seguida.
¡Qué paisajes! Todo envuelto en la neblina, daba un aspecto de ensueño.
Después nos enseñaron el comedor, bajo un porche, y nos fuimos a ver a los elefantes de cerca. Tras haberse dado su baño, estaban ya todo lo limpitos que pueden estar unos elefantes. Grandiosos. Nos enseñaron sus características, qué los diferencia de los elefantes africanos, cuáles son los objetivos del centro... Y nos hicieron una demostración de las tres formas que existen para subir a un elefante.
Pronto, por fin, llegó el momento más esperado por todos. Tuvimos que elegir una de estas maneras y... ¡montarnos nosotros! Increíble, sin palabras. Jamás he estado en un lugar tan paradisíaco como éste y con tanta emoción. Una vez allí arriba, todo es impresionante. Parece mentira, estar tan alto y con un animal tan noble.
Cuando acabó nuestro paseo, nos dieron una vuelta por el Museo del Centro. Allí nos fueron explicando algunos de los paneles que tienen expuestos haciendo mucho hincapié en la labor sensibilizadora que diferencia a este lugar del resto de los sitios de Laos en los que te puedes montar en elefante, y que no salen muy bien parados en cuanto a su conservación precisamente.
Al atardecer acompañamos a los elefantes al bosque para que se fueran a dormir. Los acompañamos por una cuesta tan embarrada y escurridiza, que ahí ya decidí que no usaría más los zapatos mientras estuviera en el centro.
Lavados y decentes, nos fuimos a cenar. Bajo el porche tuvimos la oportunidad de hablar con nuestro guía y de que nos contara cosas de su país y de sus costumbres. Las conversaciones más valiosas que puede tener un viajero. También descubrimos que era la primera vez que había tanto español en el centro, porque había una familia catalana también allí, que había elegido el programa de dos días. No era muy usual la presencia de españoles en Sayabouri, como nos dijo... otra española: una de las biólogas del centro. Ella había estado como visitante, luego como voluntaria y ahora trabajaba para el Gobierno Laosiano estudiando el comportamiento de los elefantes del centro. Se había quedado enamorada del lugar. El mundo es un pañuelo, y más cuando descubrí que encima tenía familia de Jaén.
Durante la cena también hablamos con otros voluntarios y trabajadores del centro, que respondían a todas nuestras preguntas como si fuera una entrevista y es que todos estábamos ansiosos por conocer cosas de allí. Austríacos, franceses, españoles, suizos, neozelandeses y laosianos, todos compartiendo comida y velada.
Después de un día tan intenso, nos fuimos rendidos a nuestras cabañas pensando en los elefantes que volveríamos a ver al día siguiente.
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