Después de haber aprovechado la mañana para visitar la Prisión de Hoa Lo, el Templo de la Literatura y la Ciudadela Imperial, se me había echado ya la hora encima. Subí corriendo la avenida que lleva desde la ciudadela hasta el Mausoleo de Ho Chi Minh. Esta avenida está llena de edificios gubernamentales y, cuando pasaba por la puerta de alguno, salían un montón de militares y funcionarios a mirarme. Fue muy desagradable y es que los funcionarios de Vietnam no tienen una imagen muy buena. Las pocas veces que les he pedido ayuda a alguno, más que nada indicaciones para ir a algún sitio, me han respondido siempre de muy mala gana. Al contrario que en China, que siempre ayudaban al turista porque el Gobierno les había dicho que los cuidara ya que eran una importante fuente de ingresos, aquí ya dejé de preguntarles y recurrí a la gente que me encontraba por la calle.
Cuando llegué al Mausoleo, éste ya estaba cerrado. No me dio mucha pena, porque mi intención no era entrar. No me llamaba la
atención ver al Tío Ho embalsamado en contra de su voluntad y todo lleno de
guardias vestidos de blanco. Sin embargo, el complejo donde está el mausoleo sí
que tiene cosas bonitas que visitar, pero estaba todo cerrado por ser la hora
del almuerzo.
Caminando de vuelta, descansé un poco en el Lago Hoan Kiem,
que fue mi remanso de calma durante los días que pasé en Hanoi. Cuando quería descansar de tanto barullo, me iba a la orilla a sentarme en un banco y
me entretenía viendo a la gente pasear tranquilamente, sin agobios, o
viendo cómo hacían gimnasia los vietnamitas con unos aparatos viejos y
oxidados.
Después de descansar un rato de tanta caminata, me fui al Teatro de Marionetas de Agua, todo un espectáculo que no me defraudó. En
esta entrada tienes más información sobre él. Hay que sacar la entrada mucho
antes de la función, porque se llena, sobre todo de turistas.
Al terminar la función, de la que salí encantada, fui directamente al hotel. Allí había dejado mi equipaje para que me lo guardaran en recepción hasta que fuera a buscarlo. Lo cogí, me despedí y me fui andando hacia la estación de autobuses, que estaba a
unos 20 minutos. A priori, esto es poco tiempo. Pero en Hanoi, con tantos obstáculos
por la acera y por la carretera, se me hizo todo un infierno ir andando con
el equipaje.
Me esperaba mi siguiente destino: el tren que me llevaría a Hue.
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