Volví de las Cuevas de Pak Ou para la hora de comer. Fue un error no llevarme nada, porque allí no hubo nada para comprar y tenía mucha hambre.
Tourist Street está llena de negocios. Un montón de
restaurantes para todos los bolsillos. Desde suntuosos restaurantes coloniales,
hasta la pizzerías más baratitas. Lógicamente, allí acabé también yo. Bebiendo
una beer lao, como manda la tradición.
Me llamó la atención que, estando esto tan perdido
y tan lejos, me encontrara con un negocio catalán. Bueno, parece que esta
tierra atrae a los españoles, porque en el Centro de conservación de elefantes
también coincidimos algunos, incluso la bióloga de allí es española. Pero, lo
cierto es que no se ven muchos turistas españoles por Luang Prabang. Hay mucho
francés, sobre todo, y algún que otro alemán.
La tarde la dediqué a disfrutar de los múltiples Wat que hay por toda la ciudad y los alrededores. Algunos son de pago, pero
baratos, y otros son gratuitos.
Entre Wat y Wat, busqué la dichosa agencia de
viajes Sakura, que es la que dice la Lonely Planet que gestiona el transporte
privado para ir al Centro Nacional de Conservación de Elefantes. Pero, como la
mayoría de los viajeros, no la encontré. Así que, al final, acabé reservado en una de ellas los billetes para ir en autobús hasta Sayabouli, toda
una experiencia. Mereció la pena por conocer más de cerca a los locales.
Por la noche hice unas compras en el mercado nocturno, paseé por Street Food (salé ahumada y oliendo a barbacoa) y
me comí un pastel laosiano en un puesto callejero.
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