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Rusia: Día 15 – Opinión del Aurora Park Hotel en Vladivostok


Mi vuelo salió a la  01'05 desde Irkutsk y llegó puntual a Jabarovsk. Allí tenía que hacer escala de 1'45 h. Pese a ser un sitio especial por el volumen de vuelos que pasan por allí (más de un millón de pasajeros), la sala donde estuve parecía la de un hospital. Era pequeñísima y no había nada más que unos cuantos asientos. 

El siguiente vuelo salió a las 8'00 y llegó a Vladivostok a las 9'20. Yo sólo había estado volando durante unas 6 horas, pero tuve que tener en cuenta la diferencia horaria. Los dos aviones que cogí fueron contratados en Aeroflot, aunque estaban operados por Aurora Airlines. Su precio fue de 645 €. Fueron cómodos, me dieron comida en los dos, a pesar de ser de muy poca duración y los asientos fueron enormes en comparación con las aerolíneas a las que estoy acostumbrada últimamente en Europa.

Vladivostok tenía que ser un sitio importante durante aquellas fechas. El único vuelo que pude coger ese día fue ese y el único hotel que me pude permitir también. Más allá de hoteles carísimos en el centro y algunos hostales de aspecto dudoso, no había nada libre. Por eso acabé en el Aurora Park Hotel. 

Opinión del Aurora Park Hotel Vladivostok

▪ Localización: el hotel está muy alejado de la ciudad. Es una zona preciosa y tranquila porque, como su nombre indica, está en medio del parque Aurora. Todo rodeado de árboles y en plena naturaleza. Es muy común para celebrar bodas y banquetes especiales. Si sales a pasear, esto es lo que te puedes encontrar:




Detrás del hotel sale un caminito que discurre por mitad de los árboles. No te olvides, esto es Rusia, así que los accesos están como están. El camino no está cuidado y las escaleras tienen los escalones rotos. Un traspiés y vas al vacío.

Bajando las escaleras, hay un paso a nivel. Por allí pasan algunos trenes, pero no molestan en el hotel porque está bastante alejado de esta zona. Cerca está la estación "Sanatorium". Atravesando el paso a nivel, llegamos a la playa de Amur Bay. Hay chiringuitos, hamacas, buen ambiente... Pese a estar tan lejos de Vladivostok centro, mereció la pena descansar en este tranquilo lugar. 


▪ Habitación: la mía fue una doble estándar contratada a través de Expedia. Me salió por 70€ con desayuno. El wifi llegaba muy bien y la habitación era grande y estaba muy limpia. Tenía aire acondicionado, el cual me vino muy bien para el bochorno que hacía, y un balcón que daba al parque. 

Desgraciadamente, la electricidad se fue por la noche. Toda la gente salió al pasillo con linternas para ver qué pasaba. Fue toda una experiencia ir en fila detrás de un montón de chinos que no paraban de hablar a gritos y a oscuras. Parecía sacado de una película de miedo. Afortunadamente, el apagón duró unas dos horas y luego todo volvió a la normalidad. 


▪ Desayuno: el desayuno se realiza en el restaurante del hotel, un local de cocina italiana llamado Limoncelo. Sus precios no son muy caros y está de moda entre las familias de la ciudad. Suele venir mucha gente los fines de semana para comer en la terraza mientras los niños juegan en el parque con las ardillas. La decoración es excelente y el buffet libre está muy bien.


Cómo llegar al Aurora Park Hotel

Delante del parque Aurora, hay una parada de autobús. Desde el aeropuerto no es difícil encontrar un autobús que te lleve hasta allí. Yo fui en una  Marshrutka y me cobró barato. Aunque me tocó un conductor un poco "especial". Se hizo un lío con la tarifa y, una vez que me bajé, se dio media vuelta para decirme que ese no era el precio. Se bajó dejando a todos los viajeros montados y empezó a hacer cuentas con los dedos, como si fuera un niño pequeño. Al final me agobié, porque todos los de la furgoneta empezaron a gritarnos desesperados. Como no llevaba mucho en efectivo, abrí el monedero y le dije que cogiera lo que necesitara. Pues aun así, siguió haciendo cuentas con los dedos y sacando y devolviendo billetes a mi cartera. Creo que finalmente se timó a sí mismo, porque tengo la sensación de que cogió dinero de menos. 

La distancia entre el hotel y el aeropuerto es de 35 km y el centro de Vladivostok está a 18 km.


El problema principal lo tienes para volver al hotel desde Vladivostok. Deberás coger la combinación necesaria de autobuses para llegar allí. A mí me costó equivocarme tres veces, pero llegué.


Volver al aeropuerto también es un problema porque el servicio de autobuses que llega hasta allí se acaba muy temprano. Estuve esperando durante una hora a ver si tenía suerte, pero ninguno me llevó. Encontré a una señora que me escuchó hablando español y me preguntó por Astorga, vete tú a saber por qué, no sabía nada más de mi idioma... 😕

Derrotada, volví  al hotel y pedí un taxi. La de recepción se rio de mí y me mandó a un conocido suyo. Un cani de gorra pequeña, que me llevó todo el camino cantando música de discoteca a toda voz y apretando con la mano izquierda una pelota antiestrés mientras conducía con la derecha un coche japonés. El viaje costó 850 rublos. Le di 1000. Se hizo el loco y no me devolvió nada. 


   AURORA PARK HOTEL - VLADIVOSTOK  
Dvenadtsataya street, 8,  
Vladivostok, 690024 Rusia 
www.auroravl.ru/en/

Rusia: Día 14 – Mi último día en Irkutsk descubriendo la línea verde


Después de un gran desayuno en el hotel, dejé el equipaje allí gratuitamente hasta que fuera a recogerlo por la tarde y empecé mi caminata por Irkutsk. Quería darle otra oportunidad, después de la mala impresión que me había dado al principio.

Lo primero que hice fue pasear por el Mercado Central, allí había de todo. Incluso aproveché la ocasión para comprar nueces porque me gustó la bolsa en la que las echaban.


Continué caminando por la céntrica calle Uritskovo. Esta calle comercial también estaba llena de gente. Allí aproveché para hacerme una foto con una mini Torre Eiffel, que recordaba que Irkutsk era conocida como la París de Siberia.



Desde la esquina de la calle, decidí seguir una línea verde que había encontrado en algunos lugares del centro y que llevaba a diversos puntos numerados pintados en la acera. La hice de principio a fin, visitando todos los lugares por fuera, y algunos, como el museo, también por dentro. En total, medía 5 km. Su comienzo estaba en el Monumento de Alejandro III, en el Boulevard Gagarin y su final, en Sedov Street, delante de la Iglesia de Krestovozdvijenskaya. Si la recorres entera, te llevará a 30 lugares importantes en la historia de Irkutsk (calles, plazas, monumentos, iglesias...).


Tras descansar un poco en el Distrito 130, comí en el sitio que había descubierto dos días antes, frente al paso de peatones que había delante de la estatua de este distrito, y pasé la hora de la siesta al fresquito del aire acondicionado del centro comercial.



Tras el descanso, dejé atrás la línea verde para coger mi plano y explorar algunos lugares que no estaban numerados en ella. Una cosa quedaba clara: si no te salías en ningún momento de esta línea, no tendrías la oportunidad de ver el otro Irkutsk. En cuanto te salieras un poco, ya era un continuo de casas destartaladas, ratas, perros, polvo… Lo mismo que me había echado para atrás el día que llegué a esta ciudad y por lo que no entendí cómo era Patrimonio de la Humanidad si todo se encontraba en este estado. Por suerte, no todo era así. Y para eso estaba la línea verde.



Por la tarde volví al hotel para recoger mi equipaje y cogí el autobús hacia el aeropuerto, que me costó 20 rublos. Allí hice hora hasta que salió mi vuelo a Vladivostok, que hacía escala en Jabarovsk.

Un apunte: en el aeropuerto de Irkutsk no hay nada en inglés, ni lo hablan las azafatas, ni el personal. Ni siquiera la información relativa a los vuelos está en inglés. Hay que estar muy pendiente de los números y echarle un poco de imaginación con el cirílico.





Rusia : Día 13 – Regresando de Khuzir a Irkutsk


Contraté mi transporte de vuelta Irkutsk en el hostal de Khuzhir por 800 rublos el billete. La furgoneta llegó a las 10’00, pero no salimos del pueblo hasta las 11’00, porque estuvimos recogiendo a más gente albergue por albergue. A cada uno le cobraba una cosa distinta, dependiendo de dónde se alojara. Los que más pagaron fueron los que estaban alojados en el Hostal de Nikita.

El conductor, muy amable por las narices, nos dijo que las mochilas grandes tenían que ir en la baca, pero que él no las iba a subir. Empezábamos bien el viaje. Entre los extranjeros, una pareja alemana y otra americana, hicimos lo que pudimos por subir todas las mochilas. Las rusas que también iban en la furgoneta, no movieron un dedo y simplemente esperaron a que se las subiéramos. Nuestro querido conductor sólo se subió para poner la red.


Íbamos súper apretados en la furgoneta, con gente y mochilas por todos lados. Y una música estridente de discoteca que nos acompañó durante todo el viaje. Cuando llegamos a la terminal del ferry, nos tuvimos que bajar y hacer la cola de los autobuses y furgonetas, que es distinta de la de coches. Como ves en esta foto, la cola de coches parecía interminable. Nosotros sólo tuvimos que esperar una media hora.




Hicimos nuestro viaje en el ferry y nos montamos rápido porque el conductor pasaba de avisar y teníamos miedo de que se fuera dejándose a gente allí (y no me hubiera extrañado dadas las circunstancias).



De repente, empezó una tormenta inmensa. Llovía muchísimo y todos los mochileros temíamos por nuestro equipaje y por las velocidades que seguía llevando nuestro amigo por esas carreteras siberianas. A medio camino paramos en un restaurante. Aprovechamos para decirle que nuestras mochilas se estaban mojando y que queríamos que le pusiera una funda, como había en todas las demás furgonetas que estaban paradas también allí. Nos dijo que luego, que ahora tenía hambre.

Se puso a comer y beber con unos amigotes que se encontró allí y pasó de nosotros. Empezó a granizar. Nos acercamos todos los viajeros a su mesa y le dijimos que si no quería poner la funda él porque no quería mojarse, que nos la diera y que ya la poníamos nosotros; o que, simplemente, nos dejara bajar las mochilas y ponerles nuestras propias fundas impermeables. Se rio y nos mostró en el traductor de Google que la funda estaba rota y que tenía que comprar una nueva. Otra excusa que se había marcado el colega improvisando. Hablaba con sus amigos y no paraban de mirarnos y de reírse. Las rusas que iban con nosotros estaban mucho más mosqueadas, supongo que porque ellas sí que entendían lo que estaban diciendo.

Cuando “el señor” acabó de comer tranquilamente, volvimos todos al minibús y vuelta a poner el chunda-chunda a tope y a conducir como un loco.

Sanos y salvos llegamos a la estación de autobuses de Irkutsk. Con la cabeza como un bombo y con mi mochila chorreando, inicié mi camino al hotel. Y me tiré el resto de la tarde secando a ratos la ropa con el secador del hotel, para no quemarlo.

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Rusia: Día 12 – Mi excursión por Olkhon Island


A pesar del desengaño que me llevé con una excursión que no era la que había contratado, los paisajes que vi no fueron para nada desdeñables. De hecho, en otras condiciones, la excursión hubiera estado interesante, al menos.

Mi conductor buriata me recogió en mi hotel en su furgoneta. Allí estaban ya todas las plazas ocupadas y me tocó en la parte de atrás, encima de la rueda (ideal para marearse por los caminos de Olkhon). Primeramente, llegamos a la entrada del Parque Nacional y allí estuvimos montados en la furgoneta durante media hora mientras nuestro guía se las entendía con los guardas. Al final volvió y nos pidió 400 rublos a cada uno. En un cartel vimos que la entrada costaba 300, así que nuestro querido abuelete se estaba embolsando su propia propina de antemano. Nadie nos había dicho que teníamos que pagar nada y todos los de la furgoneta nos quedamos igual de asombrados.


A partir de allí, el camino se convirtió en esto:


El abuelo se lo pasaba divinamente haciendo rally por aquellos boquetes, mientras la gente se mareaba. De hecho, dos potaron en cuanto nos bajamos. La primera parada fue en Peschanaya Village, a una hora de Khuzhir. Es un antiguo pueblo abandonado, que se utilizó en la época soviética para que los prisioneros trabajaran en la industria pesquera. Hoy hay allí un café, en el que paran todos los tours como el nuestro, que tiene un aseo y una tienda de souvenirs. Además, hay algunos puestecillos cerca de la playa.




Después de media hora allí, volvimos a la furgoneta y nos dirigimos hacia la bahía de Uzuri. Allí, nuestro guía empezó a hacer una hoguera y nos cocinó una sopa de pescado. Sacó té, pan y caramelos. Mientras se hacía la sopa, estuvimos dando vueltas por la bahía. Quisimos subir hasta la cima de la montaña Raba para ver el paisaje desde allí, pero nos llamó el señor diciendo que la comida estaba lista.




Ya comidos, recogimos y vuelta a la furgoneta. Esta vez, hacia el Acantilado del Amor (Love Cliff). La cima de este acantilado dicen que tiene forma de piernas abiertas, como si una mujer estuviese dando a luz. El pequeño camino que lleva hacia la supuesta rodilla izquierda es para los chicos, y el que lleva a la derecha es para las chicas.



Nuestra siguiente parada fue el Cabo Khoboy (Hoboy le llaman ellos).  El punto más al norte de la isla se parece a una meseta de mármol blanco. Está situado cerca del punto más ancho del Baikal: 79’5 km.


La última visita fue en el Cabo Sagaa-Khushun, que significa “Cabo Blanco” en la lengua buriata. Está situado a 4 km de Khoboy. Se le conoce como Cabo Blanco, porque el agua refleja una masa rocosa que parece de mármol. Desde allí se pueden ver Los Tres Hermanos: según la leyenda allí vivían tres hermanos que fueron convertidos en águilas por su padre. Éste les dijo que lo único que tenían que hacer para mantener su poder era no comer carne de animales muertos. Sin embargo, cuando el hambre apretó, rompieron su promesa. El padre, furioso por ello, los convirtió en estas tres rocas que miran al Baikal.



Al atardecer llegamos a Khuzhir y aproveché el tiempo para hacer mis últimas compras en el pueblo y comer unos cuantos manjares siberianos más. 



Rusia : Día 11 – Visitando el polvoriento Khuzir en la Isla de Olkhon (Baikal)


Khuzir es un asentamiento muy pequeñito, con poco que hacer más allá de ser el punto de partida para realizar rutas por la isla. Empecé a andar por los caminos de tierra que son sus calles con mi mochila a cuestas.

El pueblo tiene un museo, una pequeña iglesia, varios supermercados, tiendas de souvenirs y muchísimos restaurantes. Hasta hay un puesto de reparto de comida a domicilio (increíble en un pueblo de cuatro calles).





Llama la atención que no tuvieran teléfono, radio, ni internet hasta hace muy poco. En el 2005 les llegó todo a la vez. Sin embargo, aún no tienen red eléctrica, ni un sistema de alcantarillado, ni de recogida de basura eficiente. Las casas se nutren de sus propios generadores, almacenamientos del agua de la lluvia y pozos ciegos para los aseos. En el Centro de Vacunación Internacional de Madrid me dijeron que, por eso mismo, no me fiara de tomar nada de verdura que fuera producido allí. Por lo dudoso del riego con agua adecuada. Al final me vería obligada a saltarme esa norma.




Debido a mi desafortunado viaje hasta Khuzhir, llevaba sin comer en condiciones todo el día. Así que me paré en el café que estaba más lleno de todo el pueblo: Dalai. Un joven chino atendía las mesas con calma (en Khuzhir todo se hace con mucha calma). Sabía hablar inglés perfectamente y, además, tenían una carta para extranjeros. Fue una muy buena elección y me hinché a comer por muy poco dinero.


Continué mi camino entre vacas y polvo y visité la iglesia por fuera y su pequeño museo. Hice un alto en varias tiendas para comprar souvenirs y en todas ellas me aceptaron la tarjeta de crédito. Hasta vi una competición infantil de boxeo.



Dejando atrás las casas, llegué al Cabo Burhan, uno de los nueve lugares sagrados de Asia. En lo alto hay unos lazos chamánicos que anuncian el lugar. Según una antigua leyenda buriata, los hijos del Dios Tengris, bajaron desde el cielo para juzgar los actos de los humanos. El mayor y el más fuerte de ellos, Han Khute-baaby, eligió la cueva que hay en este cabo para vivir. Durante mucho tiempo, no se le permitió a nadie que no fuera chamán entrar a la cueva. Ésta mide 12 metros de largo y 3-4 de ancho. Allí se siguen celebrando rituales sagrados.



Por un sendero pequeño, accedí a la cala del cabo y estuve haciendo unas cuantas fotos.

Al otro lado del cabo, por otro sendero, caminé hacia la playa de Saraisky Bay. En ella había muchos valientes bañándose, porque estaba bastante fría, y varias tiendas de campaña. A pesar de que había carteles instando a ser respetuosos con la naturaleza y hay tantas personas que van a Olkhon en busca de espiritualidad, cerdos hay en todas partes, y aquí no faltaba basura arrinconada entre las piedras.



En mitad de la playa encontré algunos remolques con chimenea que resultaron ser banyas, saunas improvisadas, en las que podías entrar previo pago. La gracia estaba en entrar un rato y salir corriendo acalorado a bañarte en las frías aguas del Baikal. Curioso.



Después de un largo y tranquilo paseo por la playa, disfrutando del agua y de la vegetación próxima a la playa, volví a Khuzhir.

Allí visité el supermercado más grande del pueblo. En él podías encontrar de todo y a un precio irrisorio. Chucherías, dulces, alcohol, té, noodles… Y aceptaban tarjeta de crédito. Hasta ahora había oído que en Khuzhir no la aceptaban en ningún sitio y que tampoco había bancos, ni cajeros. Lo último es cierto, pero lo primero no. Me la aceptaron en los restaurantes, supermercados y tiendas de souvenirs.


Me sorprendió lo bien vigilado que estaba Khuzhir por la noche. No paraba de dar vueltas un coche policía y, cada poco tiempo, paraba a los conductores para pedirles la documentación.



En mitad de la calle en la que estaba el supermercado, vi un montón de gente agolpada y escuché música. Me acerqué y resultó ser un concierto de música tradicional buriata. Los músicos estaban tocando y cantando en la terraza de un restaurante, pero para toda la calle. No hacía falta consumir nada. Luego me contaron que en verano tocan casi todas las noches, sobre todo en fin de semana. Fue una curiosa sorpresa.



Pasé por delante de un local extraño, oscuro y en el que se veía gente acostada en cojines como si tuvieran la cogorza de su vida, y en el que anunciaban sishas en la puerta, y busqué otro restaurante para comerme otro cheburek, muy típico de la zona. Así terminó mi primer día en Olkhon, después de la odisea que había vivido hasta llegar allí.