Desde Puerto
Madero me dirigí al Barrio de Retiro, el que una vez fuera el barrio más
exclusivo de Buenos Aires. Prueba de ello son los bonitos edificios art-decó de
principios del siglo XX que lo pueblan. El centro de su vida gira en torno a la
Plaza San Martín, en la que se encuentran la estación de tren y la de
autobuses, el Palacio Paz, y un parque en una hermosa colina. La estatua más famosa se halla en
su cima: la estatua ecuestre de José de San Martín.
En la parte
baja de la colina está el Monumento a lo Caídos de Malvinas, un memorial en
recuerdo de los jóvenes que murieron en la guerra contra los ingleses.
En frente de
este monumento, cruzando la calle, se alza la Torre Monumental, de 76 metros de altura, donada por la comunidad británica
en 1916 y construida con materiales traídos en barco desde Inglaterra. Su
nombre inicial fue Torre de los Ingleses, pero tras la Guerra de las Malvinas de 1982, fue
rebautizada como Torre Monumental. Hoy puedes subir hasta su sexto piso en el
que hay una pequeña exposición y un mirador.
A diez minutos
de la Plaza San Martín, encontré un buen restaurante para comer: Santa Fé 1234.
Un sitio espectacular, barato y con unos platos más que generosos.
Desde allí,
para bajar la comida, inicié un paseo de menos de 20 minutos entre los bonitos
edificios de embajadas que conforman el Barrio Norte, hasta llegar a Recoleta. Elegantes
cafeterías y restaurantes, lujosos edificios de estilo francés y galerías de
arte llenan sus calles. Pero, sin duda, lo más famoso de este barrio es su Cementerio.
El Cementerio
de La Recoleta es uno de los lugares más visitados de Buenos Aires. Su origen
se remonta a 1732, cuando los frailes recoletos descalzos construyeron en estos
terrenos un convento y una iglesia, la actual Basílica del Pilar. En 1822 se
iniciaron las obras en el huerto anexo a la iglesia para situar allí un cementerio,
el primer cementerio público de la ciudad.
Sus pasillos
están llenos de imponentes mausoleos que muestran los tiempos en los que
Argentina era una potencia emergente a finales del XIX, cuando las familias más
adineradas empezaron a mudarse a este barrio y a construirse sus preciosos
mausoleos. Más de 90 de ellos han sido declarados Monumento Histórico Nacional,
por lo que el cementerio tiene la categoría de Museo Histórico Nacional desde
1946.
Está organizado en manzanas, con amplias avenidas arboladas que dan a callejones
laterales donde se alinean los mausoleos y bóvedas. Desde su rotonda central parten
las avenidas principales, con una escultura de Cristo realizada por el escultor
Pedro Zonza Briano, en 1914.
Cada mausoleo
presenta el nombre de la familia labrado en la fachada; generalmente se agregan
al frente placas de bronce para los miembros individuales. Algunos están
cayéndose y dan verdaderos escalofríos.
En el
cementerio no había mucha gente. Paseé entre los mausoleos buscando la famosa
tumba de Evita. De repente, vi una multitud de personas haciendo cola en uno de
los pasillos más estrechitos. Pensé que eran turistas y que estaban esperando
para ver la tumba de Eva Perón. Pero cuando me estaba acercando al final de la
cola, vi que me había equivocado completamente y que se trataba de un entierro.
La fila aquella era para darle el pésame a la familia. Con respeto, me salí de
allí y continué con mi paseo hasta que di con la tumba que buscaba.
A unos 200
metros a la izquierda del portón principal del cementerio, se encuentran las
tumbas de la familia Duarte. La de Evita está cinco metros bajo tierra, en el
segundo sótano. Su última morada se construyó como la cámara acorazada de un
banco, bajo dos planchas de acero, a fin de disuadir a cualquiera que tratase
de apoderarse del cadáver.
Sus restos
llegaron a este lugar en los setenta, cuando fueron repatriados desde España,
después de dar vueltas por Buenos Aires (incluyendo la central sindical CGT),
la ciudad italiana de Milán y Madrid, escapando de las fuerzas antiperonistas
que habían derrocado a su marido. En un primer momento, fue enterrada junto a
su marido en la residencia presidencial de Olivos. Un poco después, ambos
cadáveres fueron separados por la dictadura y entregados a sus familias. Desde entonces,
los restos de Evita reposan aquí, bajo una bóveda art decó de la década de
1930, con puerta de bronce y siempre con flores frescas.
El 7 de mayo
(día de su cumpleaños) y el 26 de julio (día de su muerte) suele haber mucha
gente que viene a orar por ella delante de su tumba.
Saliendo del
cementerio, visité la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, me tomé un
submarino y puse rumbo a mi última parada del día: un bonito paseo por las
zonas verdes del Barrio de Palermo.
El edificio de
la Facultad de Derecho UBA, bien merece una foto. Justo detrás de él aparece la
rara escultura Floralis Genérica, situada en la Plaza de las Naciones Unidas. Está
dotada de un sistema eléctrico que hace que abra y cierre automáticamente los
pétalos.
Siguiendo la
avenida, terminé mi camino en Parque 3 de Febrero, atravesando los llamados
Bosques de Palermo y con el planetario al fondo.
De vuelta al
hotel, me quedé asombrada de lo que marcaba el reloj. Buenos Aires es tan
bonita, que ni me había dado cuenta de todo lo que había caminado ese día.
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