Con dos meses de
antelación reservé mi billete para viajar desde Buenos Aires hasta Montevideo. Aunque
era temporada baja, la demanda es altísima y hay que
hacerlo con tiempo. Mi reserva la hice con Seacat Colonia, la mejor
opción que vi para viajar barato y rápido al país vecino.
El barco salía a las 8’14
desde Puerto Madero. La Terminal es bastante grande y
tiene cafeterías y un restaurante, pero a precio mucho más alto que fuera.
Tenlo en cuenta si quieres comer allí.
Esta
compañía es la low cost de la empresa Buquebus y en temporada baja puede que te
toque un barco suyo, que están más nuevos. En mi caso, así ocurrió. Pasé el
control de pasaportes y me monté en él. Los asientos no estaban numerados, por
eso había gente haciendo cola muy pronto, como en los aviones. Aún así, me hice
con un buen sitio. El barco era muy grande y cómodo. Dentro tenía tiendas, una
casa de cambio y un restaurante caro.
Para viajar
barato a Montevideo, este servicio te deja en el Puerto de Colonia del
Sacramento. Allí pasas el control de pasaportes de nuevo y te montas
directamente en un autobús de Buquebus que te lleva a Montevideo en tres horas.
En total, tardas unas cuatro horas en llegar desde Buenos Aires.
Una vez en
Montevideo, el autobús te deja en la Estación de Tres Cruces. Una estación muy
grande, con muchas tienda y restaurantes.
Mi idea era
bajar andando por la céntrica Avenida 18 de Julio hasta llegar a la zona más
representativa de la capital: la Ciudad Vieja. Tardé alrededor de una hora en
hacer este recorrido, el cual acabé en la Rambla. Comí en la Ciudad Vieja y me
volví a la estación de autobuses para coger el autobús a las 17’30. Si vas a
venir a Montevideo a pasar sólo un día de excursión, el itinerario que hice yo
es realista y te llevas una bonita impresión del lugar.
Al salir de
la estación, me encontré con monumentos como el Palacio Legislativo y Obelisco a los
Constituyentes antes de enlazar con la Avenida.
La Avenida 18 de Julio
es la arteria principal de Montevideo. Su nombre conmemora la fecha en la que
se juró la Constitución de 1830. Está llena de tiendas y de edificios
simbólicos y sorprendentes, como esta pequeña casa:
La calle estaba
rebosando de gente, pero pocos turistas. Sí que me pareció algo insegura, pero
fue sólo una impresión.
En la parte derecha de
la calle, me topé con la Plaza de los Treinta y Tres Orientales (que nada tiene
que ver con los asiáticos). Su nombre honra al
batallón que logró recuperar la independencia del territorio que hoy es
Uruguay.
Seguí caminando
y vi un letrero que me llamó la atención. La lectura de caracoles es algo común
en Uruguay y está a la altura del tarot.
En la calle
de en frente apareció una gran sucesión de monumentos y edificios
significativos, como la Intendencia de Montevideo, sede del Museo de Historia
del Arte, y la Fuente de los Candados.
La gran
avenida desemboca en la Plaza Independencia en cuya esquina sobresale el
Palacio Salvo, el edificio más emblemático de Montevideo, obra del arquitecto
Mario Palanti, el mismo que diseñó el Palacio
Barolo de Buenos Aires. Con sus 100 metros y 27 plantas, fue la torre más alta
de Latinoamérica junto con su gemelo porteño. De estilo art decó ecléctico se
construyó para albergar un hotel, con un ala dedicada a oficinas. Actualmente
cuenta con comercios en la planta baja y con oficinas y viviendas en las
plantas superiores.
Llegué a la
Plaza una hora después de haber salido de la estación de autobuses. Allí atravesé
la Puerta de la Ciudadela, que antiguamente daba acceso a una gran fortaleza
militar española, y entré en la Ciudad Vieja.
El centro
histórico comienza con la calle peatonal Sarandí, continúa por la Plaza Matriz
y termina en la Rambla. Es una calle muy pintoresca, llena de galería de arte,
tiendas, edificios emblemáticos, puestos de souvenirs y pintores. Sus farolas también eran originales.
Un poco más
adelante vi la hermosa catedral de Montevideo, presidiendo la Plaza Constitución.
Una pequeña y acogedora placita.
Mi paseo
terminó en la parte sur de la Rambla, un gran paseo de 24 km que bordea la
costa del Río de la Plata. Caminé un rato por él y volví a la Ciudad Vieja a
comer. En la calla Sarandí había un chico dando propaganda de un restaurante
cercano. Como me gustó el menú y el precio, le dije que me indicara la
ubicación y me acompañó hasta la puerta. El sitio se llamaba Restaurante Rincón
Café, un lugar con una decoración muy particular. El servicio fue muy lento y
no se enteraban mucho, pero la comida estuvo espectacular y fueron amables. Mereció
la pena. Además, me invitaron al vino.
Después de
comer, volví a recorrer la Avenida 18 de Julio hacia arriba para llegar a la
estación de autobuses. Me paré en alguna tienda que otra, pero los precios me
parecieron más caros que los argentinos y más parecidos a los de mi tierra. Así
que compré sólo unos cuantos souvenirs y me fui al autobús.
En información
de Buquebus me dijeron en qué andén paraba. Me subí y estuve un rato aprovechando
el wifi gratis hasta que me quedé dormida. Cuando llegamos al Puerto de Colonia
de Sacramento ya era de noche. Atravesé el control de fronteras y me monté en
el barco para volver a Buenos Aires.
Habían sido
muy pocas horas en la capital del país vecino, pero habían estado aprovechadas.
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