El día había
amanecido muy nublado, así que tuve que cambiar de planes. Mi idea inicial era
subir a la montaña más alta de Corea del Sur siguiendo el Gwaneumsa Trail, un
sendero de 8’7 Km que llevaba a la cima. Se lo comenté a los dueños del hostal
y me dijeron que podía estar cerrado. Que no me arriesgara y que subiera por el
sendero del Seongpanak Trail, que casi siempre estaba abierto.
Les hice caso
y subí por una carretera muy pintoresca hasta la base. Allí había un amplio
parking gratuito, un conbini, unos aseos y las taquillas. Pero,
sorprendentemente, la entrada era gratuita.
Me dispuse a iniciar
el ascenso, pero en la entrada me avisaron de que, si no estaba en Jindallaebat Checkpoint antes de las 13’00 h, que no me
iban a dejar subir a la cima y que me harían dar media vuelta. Miré mi reloj y
empecé a caminar.
El paisaje era
impresionante. No parecía estar en Jeju. Ya me había acostumbrado al sol, a las
playas, a la arena… Nada de eso. Bosque muy frondoso y humedad a tope. No he
sudado más en mi vida. Se suponía que a lo largo del sendero había dos fuentes,
pero no las encontré. Y la gente a la que le preguntaba, tampoco. Menos mal que
llevaba bastante agua.
El inicio fue
bastante llevadero, un paseo. Pronto llegué a Sokbat, una zona de descanso con baño.
Un ascazo. Los aseos estaban realmente sucios y olían fatal.
El resto del
camino no fue tan llevadero. Algunos tramos tenían pasarelas y escaleras de
madera, y otros estaban llenos de piedras escurridizas que te hacían los
tobillos polvo.
A las 12’00
llegué a Jindallaebat, había conseguido estar en el
checkpoint una hora antes de que lo cerraran. Perfecto. Me senté un poco en el
área de descanso, pero no me atreví a ir al servicio. Total, con tanto sudar,
no hacía ni falta.
Desde allí el
camino se fue complicando cada vez más por culpa de las piedras mojadas, hasta
que por fin llegué a las pasarelas que llegaban a la cima.
En la cima se
encuentra el lago Baeknok, pero es muy difícil verlo
porque casi siempre está cubierto por la niebla. En mi caso, también fue así.
Después de
comer allí mismo, empecé mi descenso. Cuando llegué a la entrada, un señor me
dijo que fuera a la taquilla señalándome una especie de diploma que había
conseguido. Fui y me dijeron que, si había logrado ir hasta el pico, que podían
venderme un certificado con mi nombre por 1.000W. Les dije que sí y me
insistieron en que, si no les enseñaba una foto de mi hazaña para que pudieran
comprobarlo, no me lo podían dar. Menos mal que tenía. Aquí tienes más información sobre la manera más sencilla de subir a la cima del Hallasan.
Desde allí,
volví al hotel. Me duché,
descansé un poco y me fui al aeropuerto para devolver el coche. Mi vuelo salía por
la mañana muy temprano y no estaba abierta la oficina.
Lo entregué y
cogí el Airport Limousine Bus 600, que me llevó a Seogwipo en una hora y media.
Llegué con tiempo suficiente para darme una vuelta por el pueblo, visitar su
mercado, cenar y ver por última vez su puente iluminado.
Quedé con la dueña del hostal en que me reservaría un taxi para la mañana siguiente a las 5’00. En el aeropuerto cogería el avión que me llevaría a Fukuoka, en el país vecino.
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