Mi última mañana
en Busan la dediqué a visitar uno de los templos más
impresionantes de Corea del Sur y uno de los tres dedicados a la Diosa de la
Misericordia: el Templo del Agua. Para ello, cogí el autobús 181 y le pregunté
al conductor si paraba allí. Como es habitual en Corea, los conductores no
entienden mucho inglés, pero buscan a alguien en el autobús que vaya donde tú vas
o cerca y lo nombran tu guía. En este caso, resultó ser una muchacha que sabía
inglés y que me indicó dónde me tenía que bajar. El viaje fue muy largo y es
que Busan no es una ciudad manejable, debido a su extensión, y se pierde mucho
tiempo viajando de un lado a otro.
Me bajé donde
me dijo la chica y me fue guiando hasta la entrada del templo. Me dijo que ella
también iba al mismo sitio porque iba a rezar para que le fuera bien en los
estudios.
El Templo del agua se construyó en 1376 por el asesor del rey
de la dinastía Goryeo, Naong Hwasang. Su popularidad es enorme y siempre está
lleno de turistas y de peregrinos que acuden allí por la creencia de que quien
va al templo y hace peticiones de corazón, tendrá sus deseos cumplidos.
Desde la
parada Yonggungsa Temple hay que caminar recto y luego girar a la izquierda en
la primera calle que aparezca, siguiendo las señales.
Pronto llegué
a la entrada del complejo: una calle llena de puestos de comida callejera, con
aspecto muy raro. Fue el sitio de Corea en el que más vi gusanos y otros bichos
crudos listos para comer.
Después del
mercadillo hay una calle llena de estatuas que representan los doce signos del
zodiaco chino. Atravesando la avenida de las estatuas y la pagoda que hay detrás, llegué a la puerta del recinto del templo.
Desde ahí, hay que ir bajando 108 escalones divididos en
dos caminos. El camino de la izquierda lleva a un mirador y a una pequeña
estatua de Buda, especialmente dedicada a los que van a pedir sus deseos
relacionados con los estudios.
El otro camino
lleva directamente al templo. Éste se organiza en torno al Santuario Principal
Daeungjeon, que fue restaurado en 1970. Delante del santuario hay una magnífica
pagoda custodiada por cuatro leones que simbolizan la rabia, la tristeza, la
felicidad y la alegría. Al santuario se accede bajando unas escaleras hasta llegar a una minúscula cueva. El tesoro del
templo se encuentra en el santuario principal, ya que en su interior se guardan
siete huesos de Buda traídos por un monje desde Ceilán.
Otra de las imágenes que más atractivo tiene para los budistas es el Buda Yacksayeorae, una estatua que lleva un gorro tradicional
coreano (gat) y que dicen que cura las enfermedades.
La estatua de
la Diosa de la Misericordia es la que preside el templo. Está en la parte alta
y a ella se puede acceder subiendo otro tramo de escaleras. Cuando yo fui,
estaban cerradas.
A mí, además del paisaje junto al mar, lo que más me gustó fue ver la cantidad de Budas pequeñitos que hay distribuidos por todo el recinto. Son monísimos y están donde menos te lo esperas.
Los 108
escalones que llevan al templo representan los 108 sufrimientos budistas. Te darás cuenta de ellos,
cuando te toque subirlos para iniciar el camino de vuelta.
Al salir del
templo vi asombrada que… ¡mi guía improvisada me estaba esperando! Se quería
cerciorar de que cogía el autobús adecuado. Me llevó a la parada de autobús y
se montó conmigo. Luego me dijo que teníamos que hacer transbordo, nos bajamos
y nos montamos en otro y no se quedó tranquila hasta que llegamos a Busan
Station. Hasta me acompañó a recargar la tarjeta T-Money. Sin duda, los
coreanos son amables hasta el extremo.
El resto del
día lo pasé yéndome de compras por Busan. Escapando del calor tórrido de agosto
caminando por galerías comerciales subterráneas, como la enorme Seomyuun con
sus 330 puestos, y visitando centros comerciales, como el de Lotte, con sus
fuentes en los que se bebe agua con vasos de papel.
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