Cogí el KTX
desde la estación de Singyeongju (Gyeongju) a Busan a las 10’00 de la mañana. Debería
haber llegado a las 10’37, pero el tren llegó con muchísimo retraso. Cuando bajé del
tren, había una empleada allí dando a los pasajeros un papel y llevándolos a la
taquilla. Conmigo hizo lo mismo. En la taquilla, me pidieron el pasaporte y la
tarjeta de crédito con la que había pagado el billete a través de la página de
Korail y me dijeron que me devolverían un tanto por ciento de la compra por el
retraso. Y así fue. Cuando volví a España, me habían hecho el ingreso.
Desde la
estación de tren de Busan, anduve todo recto hacia mi hotel. Lo había escogido tan
sólo por su localización, por estar cerquísima de la estación y del metro. Resultó
ser un Love Hotel anticuado.
Después de
descansar un poco, me dispuse a recorrer el centro de Busan a pie. Caminando todo
recto en sentido contrario, volví a la estación y seguí andando hasta el Gukje
Market, un mercado que comenzó siendo un grupo de puestos organizado por los
refugiados que llegaron a Busan tras la Guerra de Corea y hoy es uno de los más
grandes del país. Los pasillos
interiores que estaban dedicados a carne, pescados y mariscos, eran demasiado
para mí. Una mezcla de olores y un calor… que me hicieron salir fuera pronto.
Pero también
hay otros pasillos llenos de puestos y tiendas de ropa y souvenirs, comida
preparada, pescados, electrónica… Y los precios son baratos.
Al final acabé
comprándome el éxito de ese verano en Corea: el mini ventilador que llevaba
todo el mundo colgado del cuello, para sobrellevar un poquito mejor el calor.
La señora mayor que me lo vendió se esforzó como pudo por enseñarme su
funcionamiento y cómo se cargaba a través de un USB, que venía incluido (como
me hizo ver muy orgullosa).
La zona que
rodea al mercado está llena de vida a todas horas. Hay multitud de centros
comerciales, restaurantes y tiendas. Incluida la de los famosos Kakao Friends,
que están arrasando en Corea. Son como la versión coreana del Line japonés. No pude evitarlo y me pasé por allí a ver este
mundo tan Kawaii. Había mucho fan haciéndose fotos, saludando a los muñecos…
Una locura.
Para llegar a la Torre de Busán, tuve que subir por unas escaleras mecánicas hasta a Yeongdusan Park. Como hacía tantísimo calor, paseé por debajo de los árboles recorriendo un gran techo del parque y sentándome de vez en cuando a descansar en sus bancos.
Finalmente, volví al inicio y subí las escaleras que me llevaron a la entrada de la Torre de Busan. Con sus 120 metros de altura, su cima se construyó inspirándose en una de las pagodas del famoso templo Bulguksa, de Gyeongju. Delante de ella descansa la estatua del Almirante Yi Sun-SI, la Campana de los Ciudadanos, un reloj floral y el busto de uno de los activistas pro-independencia, Baeksan An Hee-je.
De vuelta al centro, di vueltas viendo locales muy originales, como este tienda para gatos, que también tenía una zona de cafetería.
Paseando, llegué a un restaurante atraída por el olor que salía por su puerta. Se llamaba Kimpira y tenía platos tan deliciosos, como esta pizza con patatas fritas, o este extraño toppoki:
Mi primera parte del día ya estaba echada. El resto de la tarde, lo pasaría en el Igidae Park, que atravesaría para llegar al impresionante Oryukdo Skaywalk.
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