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Japón: Día 3: Kyushu – Intentando comer en Kurokawa Onsen, paraíso termal japonés



Cogí el autobús hacia Kurokawa Onsen en la Terminal de Autobuses de Hakata, Fukuoka. El billete lo había comprado tres días antes allí mismo y, menos mal, porque el autobús iba lleno de gente.

En menos de tres horas llegué a este pueblo termal de una belleza inimaginable. De hecho, está considerado como uno de los pueblos más bonitos de Japón.




Para llegar desde la parada de autobús hasta el hotel que había reservado bastaba con bajar una cuesta. Entré en el Ryokan Yumerindo y esperé en el descansillo hasta que vino alguien a atenderme. Pues es tradición que, si no te han dado permiso para entrar, no entres tú por tu cuenta. Te tienen que saludar e invitar.

Estuve esperando un rato y al poco tiempo vino una anciana a saludarme. Me quité los zapatos, me puse unas chanclas para clientes y entré en la recepción. Como mi habitación aún no estaba lista por ser demasiado temprano, le pedí permiso para dejar mi equipaje. La mujer no sabía inglés, pero se quedó muy aliviada cuando me defendí un poco con mi japonés andaluz. Tanto, que me dio un upgrade y acabé alojándome en una habitación enorme y con baño privado (la que yo había reservado era mucho más pequeña y con baño compartido). Además, me gestionó la reserva de billete para el autobús para Aso al día siguiente.

Me despedí de ella y me fui a recorrer el pueblo. El río termal, con agua a más de 40º, lo atraviesa dejando un paisaje con niebla proveniente del vapor que emana. Las calles parecen sacadas de una antigua película japonesa.






Paseé por ellas hasta llegar a una tienda de la que salía un rico aroma a dulce. Se trataba de la Pastelería Roku, un local donde elaboran los dulces artesanalmente y donde me compré una de las especialidades del pueblo: los Shuukuriimu (シュウクリーム).


Después de descansar un poco en uno de los baños de pies, llegó la hora de almorzar y me dirigí al restaurante que estaba al lado del templo, すみよし食堂. La experiencia fue malísima. Entré y una mujer se asomó desde la cocina, pero pasó de mí y se volvió para dentro. De vez en cuando se asomaba y volvía a esconderse. Después de ignorarme allí durante diez minutos, decidí sentarme en la barra. Entonces salió muy enfadada y dijo airada “Otra extranjera que no se molesta ni en aprender japonés”. Le respondí que sí, que hablaba japonés y que quería comer allí. Los otros clientes se volvieron y se empezaron a reír de la dueña. Así que me soltó que estaba todo lleno. Me volví y sólo había una mesa ocupada y tres clientes en la barra. Le dije que no me importaba esperar en la barra y me dijo que no, que si no tenía reserva que me fuera. Increíble. Los demás clientes le pusieron muy mala cara a la dueña.

Segundo intento, fui a otro restaurante cercano en el que estaban haciendo cosas a la barbacoa. Iba a entrar cuando el camarero me vio desde la ventana, puso mala cara, y me hizo la señal de la equis con los brazos: el no rotundo japonés.

Ya me veía yo comprándome un bol de fideos y haciéndomelos en la habitación, o hinchándome a dulces en la pastelería.  Pero, al final, acabé en un ryokan bastante alejado del centro, al que llegué caminando subiendo una gran cuesta. Entré en el pasillo y escuché la voz de una anciana gritar desde dentro “Irasshaimase”. Le respondí en japonés que si estaba abierto y que si podía comer allí. La anciana me gritó que sí, que entrara. Supongo que porque me estaba gritando desde dentro y no me estaba viendo.

Cuando me vio… se quedó pasmada. Me dijo en japonés que lo sentía, que ella no hablaba nada extranjero. Le sonreí y amablemente le dije que estaba disculpada y que le agradecía mucho que me hubiera dejado entrar en su restaurante y le hice un montón de reverencias. Vi su cara de vergüenza y me invitó a sentarme. A partir de ahí todo fue excepcional. Me dijo que se iba a esforzar todo lo que pudiera en hacerme un buen plato para que me gustase, al igual que yo me había esforzado en aprender su idioma. Me recomendó sus platos y comí muy, muy bien.




Después de comer fui a mi hotel y la anciana de la recepción se alegró mucho de verme. Me dijo que me había dado una habitación mucho mejor y que la acompañase para que me la enseñara. La habitación era preciosa y mi equipaje ya estaba allí esperándome. Descansé, me tomé un té verde y volví a recepción para alquilar un vestido-toalla para poder bañarme en los baños termales mixtos. Los baños de mujeres son solo para mujeres y a ellos se entra desnuda. Pero los baños familiares son mixtos y allí los hombres deben ir desnudos y las mujeres tienen que ir con este atuendo.

Disfruté de los dos tipos de rotenburo, descansé otro poco y me fui a dar una vuelta al pueblo por la noche, con mi yukata puesto. El hotel deja a los clientes esta especie de kimono de verano para que se vistan con él durante su estancia y estén cómodos. También había un bolso de regalo preparado para que metas las toallas en él y vayas a los baños, o te lo lleves a la calle cuando vayas a comprar recuerdos.

Cuando iba a salir, llamaron a la puerta. Eran dos ancianos del hotel que venían a hacer la cama. Me sorprendió, pero así fue. Apartaron la mesa y las sillas, sacaron el futón del armario, lo armaron y me mulleron la almohada y todo.

El pueblo de noche cobraba un aspecto único. Todo iluminado, estaba precioso. Visité su pequeño templo, compré algo de comida en una tienda de omiyages que estaba abierta a esas horas y varios souvenirs y me fui al hotel a cenar. 




La cocina Kaiseki no es mi fuerte, por eso no la reservé en el hotel. Y como no tenía más ganas de investigar más locales para cenar, acabé comiendo en la habitación lo que me había comprado.

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Japón: Opinión del Yumerindo Ryokan – Kurokawa Onsen



Un hotel tradicional japonés excepcional. Se encuentra ubicado justo a la entrada de uno de los pueblos termales más bonitos de Japón (Kurokawa Onsen), a escasos metros de la parada del autobús. Tan sólo hay que bajar una pequeña cuesta que sale a la izquierda y listo. (Cómo llegar y cuánto cuesta llegar a Kurokawa Onsen)

El entorno es increíble: rodeado de naturaleza y junto al río. No está en el centro del pueblo, pero se puede acceder a él fácilmente a través de un bonito paseo entre árboles (a unos diez minutos escasos). Al entrar me llamó la atención que en la puerta estuviera escrito el nombre de los alojados.


Sólo puedo contar maravillas de su personal. Al hacer el check in, me preguntaron en la recepción que cuál era mi próximo destino. Les dije que Aso y me dijeron que si tenía billetes de autobús comprados de antemano. Les respondí que no y me dijeron que al ser temporada alta a lo mejor me quedaba sin tickets si esperaba a comprarlos en el mismo autobús (que era mi idea). Así que llamaron por teléfono a la compañía de autobuses, me informaron sobre los horarios y me gestionaron la reserva ellos mismos sin ningún coste. Asimismo, a la mañana siguiente, me llevaron en furgoneta a la parada de autobús en la que se coge el que va hacia Aso, un poco más retirada que la parada en la que me dejó el autobús cuando vine de Fukuoka.

Es un ryokan muy tradicional, por lo que la naturaleza está presente en todos lados. Tranquilidad absoluta. Todo limpísimo, con amplios pasillos y jardines. Hay tantos rinconcitos, que es fácil perderse.


El edificio está dividido en varias plantas. En la planta baja está la recepción y un bonito salón con vistas al río. Antes de entrar hay que dejar los zapatos en el descansillo y utilizan unas chanclas setta (como en cualquier ryokan). Hay un señor encargado de recoger tus zapatos y guardarlos en el zapatero que te corresponde según tu habitación.


En otro de los salones se halla el restaurante, en el que sirven desayunos y cenas tradicionales, realizados con productos de la zona y de temporada. Te aconsejo que antes de contratarlo te cerciores de que este tipo de menú Kaiseki te gusta, porque puede ser un poco extraño si no estás acostumbrado a comer estos platos para iniciar la mañana. De todos modos, en el pasillo hay un microondas que puedes utilizar cuando quieras.


En las plantas de arriba están las habitaciones. La que yo contraté fue una habitación doble con baño. Su precio fue ¥24.192 por noche, sin desayuno (unos 187€). El personal se encarga de acompañarte a la habitación, enseñártela y darte información sobre la zona. No hablan mucho inglés, pero hacen por donde entenderte. Y si sabes algo de japonés, te lo agradecerán con honores.

La habitación parece un piso. Hay una pequeña entradita en la que dejar las chanclas y donde está el frigorífico. A la derecha está el WC japonés, lleno de botones. Y a la izquierda hay un amplio baño.



Dejando atrás la entradita se llega a la habitación principal. En ella hay una zona con una mesita baja y sillas japonesas, sobre la que se encuentra un bonito set de té en una caja tradicional, un hervidor y té verde. El suelo es de tatami y las paredes están llenas de armarios.



Dentro de los armarios hay toallas, un bolsito de regalo con cosas de aseo y yukatas de diversas tallas, que el personal te indicará cómo ponértelos y cuál es el adecuado para ti. Con él te puedes pasear por todo el pueblo. De todos modos, hay unas instrucciones en la mesa (y están en inglés, por si no te ha quedado muy claro).

En otro de los armarios están los futones. Antes de cenar dos encargados llaman a la puerta, entran y colocan la mesa y las sillas en un rincón y te preparan los futones, incluso mulléndote las almohadas. Todo con mucho mimo y atención.


Las estanterías están llenas de aparatos para dar masajes y de decoración japonesa – sobria, escasa y bonita.



Al final de la habitación hay otra puerta que lleva a otra más pequeñita en la que hay una mesita con un agujero en el suelo para meter las piernas. Los ventanales dan a una zona repleta de naturaleza.


En la planta baja están los baños termales. Una delicia. A la entrada de la zona de baños hay una salita común con asientos y agua fresca para reanimarte un poco después del calor del agua. 



Esta sala separa el baño de mujeres y el familiar. Ambos tienen un vestidor en el que desnudarte y dejar tu ropa en una cesta. En el de mujeres hay un gran cuarto de baño lleno de espejos y artículos de belleza gratuitos: cremas, tratamientos para el pelo, maquillaje…

De ahí se pasa desnudo al prebaño. Una sala cubierta, con espejos y asientos pequeñitos a ambos lados, y grifos, cubos y jabón para que te asees antes de entrar al baño. En el centro hay una gran piscina cubierta, con agua hirviendo.

Al baño de mujeres sólo pueden entrar las mujeres. En cambio, al baño familiar pueden entrar mujeres, hombres y niños. Los hombres pasan desnudos y las mujeres deben llevar un vestido-toalla para bañarse (que te alquilan allí). Es el más espectacular, porque se trata de un semi-rotenburo: un baño termal al aire libre, rodeado de plantas y rocas. Uno de los extremos está techado. Es una experiencia increíble.


Onsen-Hopping Pass


En el pueblo existe un pase que te deja entrar en tres rotenburo distintos de los hoteles ryokan adheridos por 1300 yenes. Se compra en la Oficina de Turismo o en el propio hotel. El pase es una buena idea si vas a pasar más de un día en el pueblo, además de servir como bonito souvenir por tratarse de un collar de madera con una graciosa decoración.


   YUMERINDO RYOKAN – KUROKAWA ONSEN   
夢龍胆(ゆめりんどう869-2402, 阿蘇郡南小国町, 満願寺6430-1    
869-2402, Minamioguni, Manganji 6430-1
Teléfono: +81 967-44-0321

Japón: Día 2: Kyushu – Visitando Dazaifu



Por la mañana temprano fui andando desde el hotel hasta la estación de Tenjin y cogí el tren hacia Dazaifu. En la estación de Nishitetsu Futsukaichi Station hice trasbordo hacia la línea de Dazaifu y llegué en nada a la ciudad. El tren estaba casi vacío, pero las calles que rodeaban la estación ya estaban llenas de turistas, y eso que las tiendas estaban abriendo en ese momento.


Justo en frente de la estación, vi un montón de gente haciendo cola para comer una de las especialidades de la zona: el bocadillo de mentaico (huevas de bacalao o abadejo).


Lo que más me gustó del pueblo fue Dazaifu Tenmangu Sando, una calle comercial de unos 400 metros, que está llena de tiendas para comprar productos típicos y omiyages. Lo más famoso del lugar es el umegae-mochi, un dulce hecho a base de pastel de arroz y que está relleno de azuki. Los venden en un montón de tiendas y están riquísimos. También hay obradores en los que poder ver el proceso de elaboración desde el mismo escaparate. Comer uno recién hecho y aún caliente es una delicia.



La gente se arremolinaba en torno a estos obradores y a los de dangos. Pero también hay otras tiendas famosas, como una oficial del Estudio Ghibli, establecimientos donde venden los pasteles casutera (Castella), típicos de Nagasaki, tejidos, cristales, figuras de Hakata…, cafeterías (incluyendo un Starbucks -¡Cómo no! Hasta en la sopa)…




Al final de esta calle peatonal está la entrada al santuario. Antes de llegar, vi a un montón de gente en hilera esperando para hacerse una foto con el buey de la entrada. Éste se supone que es el que llevó los restos del poeta Michizane (hoy convertido en la deidad Tenjin) hasta el lugar donde se construiría su tumba y donde, más tarde, se ubicaría este templo. Se dice que tocar a este buey da suerte, de ahí el gentío.


Hecha la foto de rigor, atravesé el estanque Shinji-ike por un puente que está dividido en tres partes y que simbolizan el pasado, el presente y el futuro.

Todo estaba lleno de japoneses jóvenes, supongo que estudiantes, rezando, comprando omikujis y omamoris, y escribiendo sus deseos en los ema (placas de madera que traen buena suerte). Todos ellos le piden al Dios de la Educación, la Literatura y la Investigación, que le ayude con sus estudios.


Recorrí el interior del templo observando los ciruelos que lo han hecho tan famoso y que fueron los árboles favoritos de Michizane, y sus piedras.


A la vuelta, me quedé más tiempo por la calle de las tiendas curioseándolo todo y comprando muchísimos dulces de allí que merecieron la pena. Paseé un poco más por la ciudad y cogí el tren de vuelta a Fukuoka.

De repente, después de hacer el trasbordo, el tren se paró. Empezamos a escuchar sirenas, vino la policía y se montó un gran jaleo fuera. Nos informaron de que se había tirado una persona a las vías y que se había suicidado. La gente que estaba allí no pareció asombrada y la mujer que estaba sentada a mi lado y que me lo estaba explicando todo, me dijo que era algo normal. Nos dieron la opción de esperar en el tren, aunque no sabían cuándo se iba a reanudar el servicio, o bajarnos y pedir que nos devolvieran el dinero.

Viendo que no estaba tan lejos del centro de Fukuoka, me bajé. Allí había venido hasta la tele y nos estaban grabando a todos, parando a algunos viajeros para entrevistarles. En la taquilla me devolvieron unos pocos yenes sueltos y empecé a andar bajo un sol temible.



Me llamó la atención un anuncio de Mos Burguer, que estaba por todos lados, y en acabé comiendo en el más cercano. Mos Burger es famoso por sus platos extravagantes, como la hamburguesa de ramen, el pan de hamburguesa hecho con arroz y alga para sushi, o con pasta. Ese mes, lo original era el Nan Karee Doggu, un perrito caliente con pan indio y curry.






Japón: Día 1: Kyushu – Mi primer día en Fukuoka



Por la mañana temprano cogí un vuelo en la isla coreana de Jeju para volar hacia Fukuoka. Lo contraté con Asiana Airlines y no había ninguno directo. Así que tuve que hacer escala en Taegu, para aterrizar en Fukuoka a las 15’00. El precio del billete fue de 180€ en clase turista.

Nada más llegar al aeropuerto, justo en el hall de llegadas, ya vi mi restaurante japonés favorito: Yoshinoya. Me había encantado en mi primera visita a Japón y he estado en sus locales de Siem Reap (Camboya) y Shanghai. Es un clásico de la comida de estudiantes: barato, rápido y rico; tal y como anuncia su lema.

Después de comer un delicioso plato de ternera con jengibre y arroz, cambié dinero en el banco, alquilé un wifi portátil y me fui directamente al metro. El aeropuerto de Fukuoka está relativamente cerca del centro de la ciudad: a tan sólo 2'6 km de Hakata Station y a 4'6 km de Tenjin, por lo que el metro es el mejor medio para llegar allí.


Después me dirigí a la Terminar de Autobuses (Tenjin Bus Center) y compré el billete para ir a Kurokawa Onsen dos días después y cambié mi JR Pass por el original. Había comprado el JR Pass Northern Kyushu por internet. Éste me permitía viajar en los trenes JR del norte de la isla, pero primero tenía que canjearlo por el pase y reservar los asientos en los trenes en los que quería viajar: para ir y volver a Nagasaki , para ir de Aso a Beppu en el tren de edición especial Aso Boy y para volver de Beppu a Fukuoka en el tren especial Yufuin no Mori. 


Con todos los deberes hechos y los tickets en la mochila, me fui para el hotel. Descansé un poco, aproveché para la lavar la ropa en una lavandería y me dispuse a visitar la zona comercial de Tenjin. Yendo para la estación ya vi lo primeros yatais de Fukuoka. Y es que esta ciudad es famosa por ser una de las que más puestos callejeros de comida tiene del país.



Tenjin es un distrito comercial enorme. Está lleno de tiendas, cafeterías, restaurantes, centros comerciales… desde gangas, hasta el más puro lujo. La zona que me enamoró fue la sencilla Shintencho Shotengai. Una galería comercial cubierta que está a escasos metros de la estación y que se fundó en 1946. Tiene cerca de 90 negocios. Allí me perdí entre librerías (acabé comprándome los libros para prepararme el Kanken 7) y deliciosos taiyakis.



Dejé atrás la estación para adentrarme en Nakasu, el barrio rojo de Fukuoka y una de las zonas rojas más grandes del país. En ella abundan los karaokes, love hotels y un montón de locales dedicados al sexo. Pese a estar dedicado a estos menesteres, es uno de los lugares más visitado de Fukuoka y para nada peligroso (¡Esto es Japón!).


Los canales iluminados son preciosos y allí se encuentra uno de los mejores sitios de la ciudad para lanzarse a comer la especialidad local (Hakata Ramen) en un auténtico yatai. No te preocupes, la mayoría tienen menú en inglés. Al final acabé entablando conversación con el cocinero y me invitó a un sake. Mi primera noche en Japón, la tierra que tanto había añorado.




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