Situado en el
Parque Natural del Lago de Sanabria, se encuentran las ruinas de Ribadelago
(Viejo) un poblado fundado por los frailes que venían huyendo del Califato
cordobés en el siglo X.
Ribadelago fue
un núcleo próspero hasta el 9 de enero de 1959, cuando ocurrió el desastre de
la presa de Vega de Tera. Esa madrugada empezó a resquebrajarse fruto de una
mala construcción llena de errores. Desgraciadamente sólo cinco personas fueron
condenadas por un “delito de imprudencia temeraria sin circunstancia”, con
penas irrisorias: menos de un año de prisión e indemnizaciones insuficientes.
La
consecuencia para Ribadelago fue que la presa se rompió y arrasó a los
habitantes del pueblo, soltando unos ocho millones de metros cúbicos de agua y
llevándose por delante a 144 víctimas, de las que sólo se hallaron 28 cuerpos. Uno
de cada cuatro habitantes perdió la vida esa noche.
Prácticamente
todo quedó destruido. Los supervivientes
fueron realojados y tres años después, en vez de reconstruirse el pueblo, se creó
uno ex profeso a dos kilómetros de distancia y dándole el nombre de Ribadelago
Nuevo. En él incluso pusieron un Parador Nacional, el más pequeño de la red de
paradores (contaba sólo con cinco habitaciones) y que estuvo funcionando hasta
1972.
En Ribadelago
Viejo se alzó una escultura de una mujer con un bebé en brazos y a cuyos pies
reza una placa en bronce con los nombres de las víctimas.
El pueblo aún
sigue habitado por unas cuantas personas, aunque cuando yo fui no vi a nadie. Tan
sólo vacas, cabras y perros, paseaban tranquilamente por sus calles envueltas
de naturaleza.
Al final de
uno de los senderos, aún están en pie los restos de la iglesia parroquial. En ellos
se puede ver cómo el agua la partió entera.
A lo largo del
camino se suceden lápidas y cruces clavadas en los terrenos de las antiguas
casas y que honran la memoria de los que las habitaron.
El entorno natural
es envidiable, eso sí. Cruzando el río puedes hacer diversas rutas de senderismo
o simplemente descansar en la orilla mirando el paisaje.