El nombre de la localidad proviene de punctum, pues antiguamente se pensaba que el centro geográfico de
la península ibérica se encontraba en Pinto. Hoy la ciudad destaca por tener su
rica historia; su enorme Parque de Juan Carlos I, en cuyo lago se puede practicar
esquí acuático sobre tabla; y por su torreón.
Para visitarlo por dentro tendrás que estar muy atento a la web de venta de entradas, pues las reservas se acaban rapidísimo. Sin entrada, tan sólo podrás admirar la torre desde los muros exteriores de la parcela en la que se encuentra.
El torreón
está situado en plena ciudad, a escasos metros de la estación de cercanías,
donde es fácil que encuentres sitio para aparcar. La visita comienza en el
exterior, donde nos recibe una simpática guía que hará que la hora que dura la
explicación se pase en nada.
Lo primero que
llama la atención es la torre en sí misma. ¿Qué hace este torreón en una
parcela en medio de la ciudad? Pues nadie lo sabe a ciencia cierta. Parece ser que
en Pinto ya había un castillo en el siglo XIV, cuando Pedro I el Cruel le da esta
aldea a Íñigo López de Orozco y la convierte en señorío. Puede ser que se
construyera entonces como parte de un conjunto mayor que no ha llegado hasta
nuestros días.
El edificio
mide 25 metros de alto y es de planta cuadrada, con esquinas redondeadas. El
acceso original se realizaba a través de una puerta que hay a la altura de la
primera planta, por lo que se supone que habría una escalera y un puente
levadizo. Sin embargo, la entrada actual se realiza a través de una puerta en
la planta baja, que servía de sótano y que probablemente se utilizó para almacenar
alimentos, y como mazmorra.
Una vez dentro, verás la trampilla que lleva al sótano y varios retratos y muebles antiguos con estilo renacentista que provienen de la colección que fue acumulando Teresa Bustos Figueroa, Duquesa de Andría, la antigua propietaria de la torre. Ella fue la primera mujer española que con medios propios (y sin arquitecto) emprendió la restauración de unas ruinas, por lo que se le concedió la medalla de plata y un diploma por parte de la Asociación Española de Amigos de los Castillos. Tenía cierto cariño por la torre que había heredado y estuvo viviendo en ella durante ciertas temporadas, incluso mantenía allí las reuniones de su club de lectura y lo utilizó como escenario para representaciones de teatro. Actualmente está en manos de Álvaro Roca de Togores y Bustos, V marqués de Asprillas, quien permite las visitas a través de un convenio con el Ayuntamiento.
Esta planta se utilizaba para el servicio y a ella se accedía por unos peldaños que estaban adosados al muro oeste.
Por una
escalera de caracol estrecha y baja, llegarás a la primera planta. En ella hay
una puerta barroca que indica donde se encontraba el primitivo acceso al
edificio. Esta estancia principal serviría como lugar de recepciones y
actividades colectivas.
La segunda
planta se utilizó como alcoba y cámara privada. Aunque sorprende su techo, en
el que aparece la estructura propia de un palomar. Y es que entre los siglos
XVIII y XIX, la torre sufrió tal decadencia y abandono que llegó a convertirse
en molino y en palomar.
La sala cuenta
con paneles explicativos que recorren la historia de la torre y los personajes que
estuvieron vinculados con ella. El más representativo de ellos fue la princesa
de Éboli, tras ser detenida en 1579 por Felipe II. Poco aguantó el frío de la torre
y pronto conseguiría seguir con su cautiverio en el castillo de Santorcaz y
luego en Pastrana, que se ve que le gustaba más.
Años después
estaría preso aquí Antonio Pérez, secretario de Felipe II y gran amante de las
intrigas y de la princesa de Éboli. Consiguió escapar a Francia, pero murió años
después en la indigencia. Otros presos fueron el nieto de Cristóbal Colón o el
Choricero, Manuel Godoy, el último prisionero que estuvo encerrado aquí.
La última
parte de la visita queda reservada para la terraza, que sirvió en 1937 para que
el general Valera subiera para observar el horizonte y pensar cómo iba a
comenzar la batalla del Jarama. Desde allí tienes unas vistas maravillosas de
toda la ciudad, pueblos vecinos e incluso de las cuatro torres madrileñas.
La actividad merece mucho la pena y la forma tan amena en la que la guía va explicándolo todo la hacen una actividad indispensable para conocer más sobre nuestra historia.
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Además, al
salir del torreón, te aconsejo que des una vuelta por las calles del pueblo,
especialmente para conocer la plaza porticada en la que se encuentra el
Ayuntamiento, pasear por su enorme parque y aprovechar para tomarte un ombligo
de Pinto, un dulce de reciente creación que se ha convertido en producto
típico.
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