Sin duda es
una de las mejores visitas que puedes hacer si estás viajando por Palencia.
Parece increíble que esta reserva se encuentre en el Valle de Mudá, en plena
Montaña Palentina, rodeada de robles y praderas. Poco conocida, merece ser
visitada para que su importante proyecto se pueda seguir llevando a cabo.
La Reserva de
Bisón Bonasus está situada en el pequeño pueblo de San Cebrián de Mudá, con una
población que no llega ni a los doscientos habitantes. En este entorno se creó
en el 2010 un Centro de Interpretación sobre el bisonte europeo y en un vallado
de 20 hectáreas alojaron a siete ejemplares procedentes de Polonia, que dos
meses después ya empezaron a tener crías. En el 2012 se les unieron cinco
hembras y un macho más que trajeron de la reserva holandesa de Oostvaardersplassen.
La visita se puede
realizar andando, en bici, en todoterreno, en calesa de caballos o sobre
raquetas de nieve en invierno. En mi caso elegí hacerla en coche.
El guía, un apasionado de su tierra y del proyecto, nos recibió en el Centro de Visitantes para explicarnos la historia de la reserva y cómo gracias a ésta se están consiguiendo dos grandes objetivos. Por un lado, revitalizar una zona rural que estaba fuertemente vinculada a la minería y que se vio muy afectada por el abandono de esta actividad. Así, la reserva da trabajo a los habitantes del pueblo y atrae turismo a la zona. Y, por otro lado, contribuir a la conservación del bisón bonasus, en peligro de extinción.
A lo largo de
diferentes salas y de la proyección de un video, se va aprendiendo mucho sobre
la historia de estos animales, sus características y comportamiento. Una
especie que pobló nuestra península hace más de 10.000 años, que nuestros
antepasados ya pintaron en Altamira y de la que apenas quedan 5.000 ejemplares
en todo el mundo, pues es el mamífero de mayor tamaño en Europa y uno de los más
amenazados.
Dejando el
centro atrás, nos montamos en los todoterrenos para recorrer la escasa
distancia que nos separaba de los bisontes. Como los bisontes están en total
libertad dentro del vallado, es posible que se vean desde cualquier lugar.
Pero, para hacer aumentar las posibilidades, el coche nos llevó directamente a
un mirador.
Allí había un gran puente en el que nos asomamos a esperar a ver si había suerte. El guía empezó a llamarlos silbando y tirando al suelo unos tacos de alfalfa, paja y sales a los que no se pueden resistir. Pronto aparecieron un montón, hasta tuvimos la oportunidad de ver a una cría.
Estuvimos allí
un rato viéndolos mientras les echábamos de comer y nos contaban más cosas
sobre sus hábitos, justo antes de emprender el camino de vuelta para el Centro
de Interpretación. En total, la visita duró un poco más de una hora, pero
mereció muchísimo la pena.
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