Después de ver
a los leones marinos en el Canal de Beagle, por la noche me esperaba una
excursión a la montaña fueguina.
La contrate a través
de la página web de la empresa Info Ushuaia unas semanas antes de mi llegada a Argentina,
porque fue la que más me atrajo por ser la más completa y me cobraron 4700 AR$.
A las 19’00
vinieron a recogerme a mi hotel, fuimos recorriendo Ushuaia para recoger a
otros turistas y nos dirigimos hacia la montaña. Tras un largo camino la
furgoneta paró y nos bajamos en un paisaje totalmente nevado, en el valle
Carvajal. No se veía nada, estábamos en total oscuridad. Con ayuda de las
linternas, los guías nos ayudaron a ponernos las raquetas de nieve y comenzamos
a dar un paseo por el bosque helado.
Era maravilloso
disfrutar de la fría naturaleza sin nadie alrededor. El cielo estaba despejado
y los guías nos fueron hablando de las estrellas que veíamos. Con nosotros iba
un fotógrafo profesional que se encargó de hacernos fotos de todo el grupo a lo largo de todo el
trayecto.
Acabada la
caminata, llegamos a un refugio de montaña en el que nos quitamos los equipos y
donde nuestro pequeño grupo se dividió en dos. Uno para hacer una excursión en
cuatriciclos y otros para montar en trineo.
Yo comencé por
los cuatriciclos. Nos enseñaron a llevarlos y empezamos a andar. Uno de los
guías iba delante y otro detrás, en medio nosotros conduciendo nuestros
vehículos siguiendo el camino marcado. Era muy emocionante.
Al terminar
nuestro circuito, nos cambiamos. Conocimos a los perros alaskanos y siberianos y
a su conductor y nos dimos una vuelta en trineo con ellos. Nunca lo había hecho
y quedé impresionada. Corrían muchísimo. Estaban muy bien cuidados y mimados. La
vuelta fue cortita, pero mereció mucho la pena.
Valle de Lobos
es un centro de cría y adiestramiento de este tipo de perros. Los trineos están
realizados con madera de noble lenga, el árbol nativo de esta zona. El fundador
de este centro es el Gato Curuchet, el único argentino que compite en trineo tirado
por perros en pruebas como las de Iditarot, en Alaska.
Cuando todo el
mundo hubo acabado la actividad, entramos en el refugio y nos comimos unas
ricas lentejas de la tierra junto a la chimenea, que supieron a gloria después de haber pasado
tanto frío fuera.
Cuando llegué de vuelta al hotel era casi la una de la mañana y había vivido una experiencia única.
Otras entradas que te pueden interesar: