Al principio, mi primer día en Irkutsk me dejó bastante mal sabor de boca. El jet lag, la falta de sueño y la mala suerte
al elegir las calles por donde paseaba me hacía preguntarme una y otra vez
el porqué de ser llamada la París de Siberia.
A poco que te desvíes un poquito del centro histórico, ya tienes calles y casas hechas polvo y jaurías de perros abandonados peleándose en los callejones. Seguía sin entender cómo esto era Patrimonio de la Humanidad.
Mi paseo me llevó al Boulevard Gagarin, un remanso de calma en comparación con lo que había visto hasta entonces. Allí hay un gran paseo junto al río que tiene su centro en la estatua de Alejandro III. Había buen ambiente, gente paseando, niños jugando, quioscos de helados haciendo su agosto con muchísimos chinos comprando y agotando sus productos...
En la otra orilla vi pasar un tren. ¿Sería el mítico Transiberiano?
Seguí andando por el paseo hasta llegar a un gran puente que atravesé para visitar Konny Island. Allí había una bonita estatua de las focas del Baikal. Me recordó cuánto ansiaba verlas, pero nunca lo conseguí.
En Konny Island había una zona de playa salvaje, donde algunos atrevidos se pegaban un remojón en el río, varios quioscos, un restaurante, una ginkana para niños y, al final de paseo, un trenecito que recorría una parte de la isla. No había mucha gente paseando por allí, pero era bonito. Aunque luego me dijeron que era un sitio bastante peligroso para andar cuando oscurecía.
Mi siguiente camino me llevó a la Avenida Lenin y, como teníaya bastante hambre, entré a Pizza Domino, un sitio que venía recomendado en mi Lonely Planet. La verdad es que fue un fracaso. Se trataba de una pizzería en la que no entendían ni papa de inglés y en la que todo estaba en el mostrador y, cuando pedías, lo recalentaban en el microondas. Hasta las patatas fritas. Comí lo justo y me fui.
Siguiendo la Avenida Lenin hacia arriba, llegué al Arbat. Me llamó mucho la atención el gentío que salía de allí, así que entré en el llamado Distrito 130, unas callecillas peatonales con edificios que imitan la arquitectura tradicional siberiana de madera pero que, en realidad, tienen muy pocos años. Las calles están llenas de restaurantes, pubs, tiendas de souvenirs, puestos de helados, músicos callejeros, un planetario... Cuando se acerca la hora de la comida, sale un dragón del restaurante chino animando a la gente. A la entrada, da la bienvenida un Babr, la figura mitológica (mitad tigre de Siberia, mitad castor) que aparece en el escudo de la ciudad.
Al final de todo hay un enorme centro comercial de varias plantas. Con servicios gratuitos y aire acondicionado que me vinieron muy bien para los 40º que hacía en Irkutsk a las 15'00 h. En la planta baja había un gran supermercado en el que encontré un montón de productos típicos de Siberia a muy buen precio. En la primera planta había tiendas de ropa y algún restaurante y, en la última planta, sólo había restaurantes. Estaba prohibido beber alcohol en esa planta. Lo más llamativo que vi fue un bocadillo-gofre.
Después de descansar, crucé el paso de peatones que hay al principio del distrito para visitar la Iglesia de la Santa Cruz (Krestovozdvizhensky). Ésta es una magnífica muestra de barroco siberiano y tenía un bonito jardín fuera. La entrada era gratuita.
Toda esa calle hacia adelante, encontré un gran parque con un cartel a la entrada que ponía Cementerio de Jerusalén. El parque estaba hecho polvo: el suelo estaba agrietado, los setos y los árboles hacía siglos que no se podaban, y los borrachos campaban a sus anchas. De vez en cuando, un coche de policía hacía su ronda apareciendo por los caminos de tierra. No tranquilizaba mucho que un parque no muy grande tuviera que estar tan vigilado por los agentes rusos. Parque arriba, parque abajo. En uno de los laterales, vi la Iglesia de Jerusalén. También estaba bastante deteriorada y no se podía ni cruzar la verja. Con lo bonita que salía en las fotos publicitarias que había visto de Irkutsk, no se parecía en nada...
Conforme me fui acercando a la salida del parque, empecé a sentir un olor intenso y asqueroso. Al principio no supe de dónde venía, luego me di cuenta de que salía de un pequeño edificio que decía ser zoo. Daba un aspecto tan triste, que no me quité de la cabeza la imagen de los pobres animales que habría allí enjaulados.
Justo al lado del zoo estaba el Teatro de Marionetas, con espectáculos para niños y también para mayores. Parece ser que a los rusos les encantan las obras de marionetas, porque vi muchos teatros con obras para mayores de edad en muchos sitios. No me paré mucho allí. Un "pintas" no paraba de rondarme y decidí dejar el parque a un lado e ir en busca de los siguientes dos edificios que tenía en mente visitar: la mezquita y la sinagoga.
Como ya estaba anocheciendo y, con lo poco que había comido, ya tenía hambre de nuevo. Volví sobre mis pasos para comer en la esquina que daba a la entrada al Distrito 130. Allí había visto un restaurante tranquilo, barato y que contaba con todas las delicias rusas que quería degustar. Fue un éxito y mi sitio de referencia desde entonces para comer en Irkutsk.
Andar por las calles de esta ciudad por la noche de vuelta al hotel no es muy placentero, te lo aseguro. Los perros callejeros no paraban de aparecer cuando dejaba a un lado algún descampado y, otras veces, eran gente borracha de dudosa pinta la que me seguía.
Sana y salva llegué a mi hotel con una impresión de Irkutsk un poco mejor que la que tenía al principio, pero tampoco mucho mejor. El espejismo de Distrito 130 no se correspondía con lo demás que había visto hasta ahora. Tendría que esperar hasta mi vuelta a la ciudad desde Olkhon Island, para descubrir la belleza de la Línea Verde.
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