El camping que elegí parecía estar muy cerca del
centro de la ciudad, pero no fue así. Estaba lejísimos y el transporte público
no llegaba allí. Así que, a caminar. Anduve durante 1h 30’ hasta el Parlamento.
Para ello tuve que atravesar todo el bosque del monte donde estaba el
camping, pasar por una zona de chalets de lujo y dejar atrás las afueras de
Canberra, con pintas ya no muy fiables. No es que fuera un camino agradable. Tenía
la sensación de que estaba todo abandonado. Como en una peli de zombies. Podía pasar
media hora hasta que veía a alguien aparecer de algún piso. Ni siquiera
pasaban coches.
Mi primera parada importante fue el famoso
Lago Burley Griffin. Las vistas eran maravillosas, una sensación de calma increíble
y aquí, por lo menos, ya había gente. No mucha, pero algo es algo.
Después de pasear un rato por la orilla del lago,
empecé a dirigirme hacia el Parlamento. El problema fue que el camino
estaba en obras y acabé perdiéndome. Tardé muchísimo más de lo esperado
en llegar y ya estaba todo cerrado. Así que disfruté un poco del paseo de
vuelta, viendo los edificios por fuera.
El camino de regreso al camping fue muchísimo peor.
Menos mal que me había llevado la linterna porque, una vez dejada atrás la
zona de los suburbios, ya casi no había nada de luz. Llegué a estar
totalmente a oscuras varias veces y sin un alma. Cuando por fin vi las luces
del camping, me pareció que había llegado al cielo.
Mi visión de Canberra: me pareció una ciudad
fantasma.
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