Salí desde Madrid
a las 7’20, hice una escala en Munich de dos horas y aterricé en Seúl a las 5’35.
Mi vuelo lo contraté a través de Expedia por 992€, ida y vuelta con Lufthansa y
tres noches de hotel.
Nada más
llegar al aeropuerto, después de asombrarme con el robot que daba la bienvenida a los viajeros cambié euros por wones, compré en el hall de llegadas un
pocket wifi y, en un conbini, la tarjeta T-Money. La cargué y me fui
directamente a coger el tren que me llevaría a Seoul Station. Desde allí, hice
transbordo a la línea verde hasta llegar a Euljiro. Salí en una gran avenida y
me metí por una callejuela para llegar al hotel. La callejuela tiraba un poco
para atrás, con todo en obras y un club sospechoso en la esquina. Sin embargo,
mi hotel, aunque modesto, estaba muy bien.
En la
recepción hicieron lo posible por darme una habitación a pesar de llegar tan
temprano, pero no había ninguna libre. Así que dejé mi equipaje allí mismo y me
dispuse a explorar la ciudad. Lo que más me sorprendió fue el calor húmedo que
hacía a tan temprana hora de la mañana, me estaba asfixiando. Esta sensación me
acompañó varias veces a lo largo de mis días en Seúl, tanto a la ida como a la
vuelta. En ocasiones, aunque no estuviera planificado en mi itinerario, tuve
que irme corriendo al hotel para ducharme con agua fría y descansar una media
hora con el aire acondicionado a tope para volver a salir después a proseguir
mi camino. Así evitaba los golpes de calor, a los que les tengo mucho miedo.
Caminando por una
gran avenida llena de tiendas y restaurantes especializados en barbacoas, y atravesando
zonas llenas de grandes rascacielos, llegué a Seoul Plaza 서울광장, frente al Ayuntamiento y a la Biblioteca Metropolitana. Allí
había varia gente manifestándose en contra del gobierno actual y de los
homosexuales.
En frente de
Seoul Plaza, encontré el Deoksugung Palace 덕수궁, el primero de los
cuatro palacios que iba a visitar en Seúl. En la taquilla opté por comprar un
pase multipalacio por 10.000 W, en el que entraba también el ticket para uno de
los templos más importantes de la ciudad, así como la visita guiada al Jardín Secreto
en uno de los palacios. Deoksugung Palace se
construyó como residencia para el príncipe Wolsan en el siglo XV.
En
su interior se puede ver un pequeño museo en el que dibujar tus propios sellos,
y el Daehan Empire History Museum, cuya
entrada se compra aparte.
Algo importante cuando vayas a visitar Corea y Japón: llévate una libreta tamaño cuartilla si quieres tener un recuerdo con los sellos que te vayas encontrando. Los hay en todos los sitios relevantes y algunos son bastante bonitos.
A la salida
del palacio, me di cuenta de que había una gran multitud esperando detrás de unas
vallas. Me esperé ahí un rato expectante y, al poco, apareció una procesión de
actores vestidos con ropa imperial. El espectáculo de cambio de guardia fue muy
interesante y, al finalizar, dieron la opción de hacerte fotos con los
artistas.
A la salida
del palacio, continué mi camino por la gran Avenida Sejong Daeron (con sus grandes estatuas del Rey Sejong el Grande y de
militar Yi Sun Sin). Toda estaba llena de grandes rascacielos y de
manifestaciones. Allí paraban autobuses llenos de policías que se bajaban para
controlar a los manifestantes.
Continuando
por esta avenida, pronto vi la impresionante Puerta
Gwanghwamun.
Justo en
frente está la entrada a Gyeongbokgung Palace, el
palacio más grande de la ciudad. En su interior paseé por sus jardines,
me hice una foto delante de su pagoda (a la que no se puede subir) y me asombré
con sus esculturas.
Por una de las
salidas del palacio, llegué al National Folk Museum. Me pareció un oasis para
descansar del calor y del sol aterrador, a la vera de su aire acondicionado y
de su fuente. El acceso es gratuito y en él se exponen las formas de vida tradicionales
coreanas. Desde las clases más bajas, como los agricultores, hasta la
aristocracia. Hasta te puedes llevar una muestra de sal coreana.
Para comer,
volví por a pasar por la gran avenida de antes, y me metí por una callejuela
que estaba llena de restaurantes. Al final, acabé en uno especializado en curry
coreano que, por mucho que se empeñen en decir, no sabe en absoluto como el
curry japonés. Nada más sentarme me pusieron tres platos de entrante sin yo haberlos pedido (en Corea es muy común, siempre vienen incluidos en el precio) y agua fresquita.
Mi siguiente
destino fue Bukchon Hanok Village, uno de los barrios tradicionales más famosos
de Corea. Este barrio, que significa El pueblo del norte, tiene unas 900 hanok,
viviendas tradicionales coreanas, siendo el lugar de Seúl que más tiene. Allí me
encontré con un señor mayor que, al escucharme hablar español, se me acercó y
me dijo que había hecho el Transcantábrico con su hijo hacía dos años y que le
había encantado Santiago de Compostela. Así, tal cual. Se quedó tan feliz y,
después de despedirse, se fue.
Lo que más me
llamó la atención de esta zona fueron los carteles que había por las calles
pidiendo que los turistas se comportaran adecuadamente al ser un área residencial.
Después de descansar un poco en el hotel y comer en un conbini unos cup-noodles de queso, que se parecían a los risketos y a los que me aficioné, salí a pasear de noche por el Canal Cheonggyecheon, con 8’4 km de largo, este arroyo fue inaugurado en septiembre de 2005 como un éxito en renovación urbana y embellecimiento. Ciertas especies de peces, aves e insectos han incrementado su población desde la remodelación. Además, también ayuda a bajar la temperatura de las áreas cercanas 3.6 C, en relación a otras zonas de Seúl.
Y acabé mi día
en Gwangjang Traditional Market. Aunque estaba casi todo cerrado, aún había
puestos de comida abiertos en los que vendían Topkopi y la tradicional tortilla
coreana. Con la mezcla de olores que había y la basura que estaba viendo por
todos lados, no pude comer nada. Pero fue una visita curiosa antes de volver al
hotel para dormir con el aire acondicionado a tope.
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