Llegué bastante tarde al aeropuerto de San Petersburgo. Allí cogí un
autobús que me dejó en la estación de metro hasta llegar a la Avenida Nevsky.
Parecía mentira que hubieran pasado ya 20 días desde mi anterior visita a la
ciudad.
Mi hostel estaba en la avenida Nevsky. Lo contraté a través de Booking y
avisé de que iba a llegar muy tarde. Pero, una vez en Nevsky, fue un
caos. No hay nada en la puerta que indique que el hostel está allí. Ni siguiendo
las direcciones que daba Google, ni llamando a la dueña por teléfono... Nada.
En un callejón había unos chicos haciendo botellón y viéndome dar tantas
vueltas, se ofrecieron a ayudarme. Me dijeron que sí que sabían dónde estaba
y que los siguiera. Entramos en un piso antiguo, subimos unas escaleras y
aparecimos en un hotel del que salió el dueño en calzoncillos. Buscó mi nombre en unos papeles, pero no estaba allí apuntada. ¡Menos mal! Tenía aquello
una pinta....
Después del mal trago, la dueña me volvió a llamar y me fue guiando paso a
paso por mitad del callejón. Llegué a otro piso viejo y subí las escaleras.
Por fin conseguí ver mi alojamiento y no sabría deciros cuál hubiera sido
mejor, si el del señor en calzoncillos o éste.
En la planta baja estaba la recepción y el salón con unas luces extrañas. Un poco
raro todo. La puerta que había a un lado de la recepción era el baño compartido
por todo el hostal. Intimidad no había para nada. La puerta que había al otro
lado, era la ducha. Vamos, que todos los que se sentaran en el salón sabían
perfectamente cuándo entrabas, cuándo salías, cuánto tardabas... ¡Menuda
impresión!
Subiendo unas escaleras de caracol, llegamos al piso de arriba. Allí había dos
puertas: una de ellas era mi habitación. Cuando la abrí me quedé pasmada. La habitación podría ser perfectamente el cuarto de las escobas. Allí
no cabía nada. Era un cuartillo abuhardillado, en el que no cabía de pie ni yo,
que soy bastante bajita... Y de pared a pared, sólo había una cama. El techo de
la cama estaba todo lleno de espejos. ¿Dónde me había metido?
Obviamente, las mochilas no cabían en la
habitación. La dueña me dijo que las metiera en un armario que había en el
pasillo. Así que, para coger cualquier cosa, tenía que salir al pasillo a
abrir el armario y volver a la habitación. Curiosamente, el aire
acondicionado estaba fuera de la habitación. Tenías que abrir la puerta para
que entrara aire, porque ventana tampoco había.
Foto hecha desde la cama
En estas condiciones y viendo la hora que era ya, me acosté como pude y
pasé allí la noche. Aunque estaba reventada del viaje, no me dormí hasta que
no di con un hotel más decente que tuviera habitaciones libres para el día
siguiente. Aunque había reservado dos noches, me dio igual. Por la mañana,
cogí mis cosas y salí de allí corriendo. ¡Menuda vuelta a San Petersburgo!
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