Viajando por tierras aragonesas, me recomendaron hacer una parada en Anento, condecorado con el premio de estar en el listado de Los pueblos más bonitos de España. Y está ahí, porque lo merece. Con tan sólo 105 habitantes ha conseguido que se hable de él por su elegancia. Todo un logro, porque hasta hace relativamente poco, en invierno se quedaba... ¡con sólo un habitante!
La visita es rápida, aunque puedes hacer noche en
algunas de las encantadoras casas rurales que tiene o en su albergue. El
aparcamiento no es un problema, pero te recomiendo que lo hagas frente a la
Oficina de turismo y así aproveches para pedir información allí y comprar algo
en la tienda de recuerdos.
Nada más salir del coche llama la atención lo
pintoresco del lugar. Parece que está todo preparado para pintar un cuadro o
hacer la foto perfecta. Todas las calles limpias, cuidadas, llenas de macetas
coloridas… Nada se sale del guión. El paisaje, de estilo medieval, está
dominado por su iglesia del siglo XII, que guarda el retablo gótico mejor
conservado de la Corona de Aragón (s. XV).
Sus habitantes están encantados con la llegada de
turistas y están deseando aprovechar para charlar un rato. Incluso algunos me explicaron la decoración de la entrada de su casa… Hospitalarios como pocos.
Las rutas desde el pueblo están muy bien
señalizadas. La más famosa es la del Aguallueve. Esta senda discurre por un
bosque lleno de pinos, chopos, zarzamoras (con unas moras buenísimas), nogales…
y permite ver un antiguo torreón celtíbero, el aguallueve y los restos del
castillo.
A los pies del torreón se encuentra el aguallueve,
un manantial perenne, que proviene de las aguas del río Jiloca. Las aguas se
cuelan entre la caliza, chocan con la impermeable arcilla y salen en
forma de hilillos constantes de agua.
Te puedes desviar del camino para visitar también
los restos celtíberos, algo más alejados. El camino de regreso permite
disfrutar de un paseo entre las huertas, lleno de moras y nueces, y
volver a la Oficina de turismo.