Mi último día en Vietnam lo dediqué a comer, comer y comer. Y es que la comida vietnamita está tan rica... Y en el barrio mochilero había cada ganga… imposible decir que no.
El resto del tiempo, lo pasé dando vueltas por
los mercadillos y por los puestos callejeros. Aproveché lo poco que me quedaba en la ciudad para hacer todas las compras de última hora. Hasta un cuadro
compré, que lo tenía visto desde el primer día, pero que... cuando llegué al hotel, me di cuenta de que ¡no cabía en la mochila!
Así que por la tarde, entre plato y plato, a buscar
maletones baratos por todo el centro de Ho Chi Minh. Al final, éste fue el
resultado:
Y es que ya, no sólo no cabía el cuadro, sino que había comprado tantos
regalos (porque todo estaba baratísimo), que no había manera de cuadrar el
equipaje. Y eso que el gorro lo llevaba puesto todo el rato para ahorrar
espacio. Pero en la nueva maleta, cabía hasta yo metida en ella...
Con los maletones (y el gorro), cogí el
autobús para el aeropuerto. Todavía me quedaban más de 25 horas hasta llegar a
casa, con dos escalas: una de 4 horas en el asqueroso aeropuerto de Guangzhou
(estoy deseando que amplíen la zona donde esperan los viajeros de transfer), y
otra de otras cuatro horas en París.
Y el primer avión, en el que viajé con la China
Southern Airlines, seguía con sus viejas costumbres. Y es que, para los chinos,
Don Benito sigue siendo lugar de referencia de todos sus mapas de la Península
Ibérica. 😄
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