A 110 km de Madrid, en la provincia de Segovia, tienes esta bonita cueva de 3670 m de los que se pueden visitar tan sólo 500. Se llama así porque antiguamente a esta zona se la conocía como “Los Enebralejos” por la gran cantidad de árboles de este tipo que había en los alrededores.
La cueva fue descubierta en 1932 cuando estaban haciendo un
pozo en la finca El Cebadero. Tras las exploraciones arqueológicas descubrieron
que nunca había sido habitada, sino que se había utilizado como necrópolis por
los habitantes del Calcolítico. Hasta 1995 no se abrió al público.
En la entrada hay una zona recreativa con columpios y un
amplio parking gratuito. Para pasar a la cueva entras a un edificio donde hay
un audiovisual sobre cómo vivían aquí en la prehistoria (¡que hasta hacían
queso!), una tienda pequeñita y una breve exposición con algunos paneles y
objetos encontrados en los alrededores de la cueva.
La visita comienza bajando unas escaleras y atravesando un
pasillo muy estrecho lleno de formaciones preciosas hasta llegar a la zona de
los enterramientos. Los antiguos pobladores (1800 a.C.) entraban por una
cavidad muy reducida y dejaban a la entrada los cadáveres para que se fueran
pudriendo allí. Más tarde, cuando ya sólo quedaban los huesos, los enterraban
en unas vasijas con sus respectivos ajuares. Algunos de estos restos los
puedes encontrar hoy en el Museo Nacional de Antropología y en el Ayuntamiento de
Prádena, que tiene en mente realizar un museo anexo a la cueva.
De la zona de los enterramientos pasas a la del Santuario: una amplia sala llena de agujeros en el suelo, donde enterraban los osarios. Aún
hoy hay restos enterrados, como uno muy bien conservado debajo de la pasarela
donde continúa la visita. Como actualmente no se están llevando a cabo ningún
trabajo arqueológico allí, cuando se descubrió se tapó. Esta es la zona más bonita
de la cueva, llena de estalactitas, estalagmitas y miles de agujas que cuelgan
del techo. También corre por allí un riachuelo cuando ha habido lluvias, aunque
el agua de la lluvia tarda en llegar al techo de la cueva 4 meses.
Continuando por la galería hay dos columnas,
llamadas las palmeras - muy finas y curiosas – y un espejo donde poder observar
algunas pinturas rupestres: se distinguen perfectamente un animal y un cazador
con un arco.
Tras pasar éstas llegas a otra sala llena de más pinturas. No se sabe qué indican, pero el techo y las paredes están plagados.
Hay hasta restos de las zarpas de un oso que también pobló la cueva.
Para acabar, descubrirás la pared de colores, donde la guía
enciende un gran foco durante muy poco tiempo para no dañar la pared, y puedes ver multitud de colores fruto de la gran concentración de minerales.
En la zona recreativa también hay una reproducción de un
poblado de la época. Esta visita hay que reservarla aparte y está indicada
sobre todo para escolares.
Horario y precios:
📷 Fotos: no dejan en el interior de la cueva.
- Duración de la visita: 45’
- Duración de la visita al poblado: 45’