Desde Suzdal, tardé en autobús unos 50
minutos en llegar a la estación de Autobuses de Vladimir pagando unos 100
rublos por ticket. Recuerda que siempre van numerados.
Aunque Vladimir está muy bien conectado a
través de autobuses urbanos, yo te recomiendo que vayas andando desde la
estación al centro. En unos veinte minutos estarás en la Catedral de la
Asunción y merece la pena darse una vuelta por estos caminos para así tener la
oportunidad de ver algo más que el centro turístico.
En mi paseíllo, lo primero que me encontré fue una pequeña placita con tres iglesias y un monasterio: la
Iglesia de Alexander Nevsky, una iglesia cristiana pequeñita, la iglesia de San
Juan Bautista y el Monasterio de la Natividad. Las vistas desde la cuestecilla
hasta llegar allí merecen el paseo.
Pronto alcancé la arteria principal de la
ciudad: la Avenida Bolshaya Moskovskaya, que es donde más gente autóctona me encontré. Esta calle estaba llena de restaurantes, bancos, teatros,
supermercados… En una de sus paralelas di con otra placita donde había un
edificio precioso que parecía una iglesia, pero en realidad era el planetario
de Vladimir. Cerca aparecieron los edificios del Museo de Historia y la pequeña
iglesia de San Nicolás.
Siguiendo toda la Avenida Bolshaya, pronto
surgió un enorme parque a la izquierda y la Plaza Sobornaya, presidida por un
gran obelisco de 22 metros de altura que se construyó para conmemorar el 850º
aniversario de la fundación de Vladimir. A cada lado del obelisco hay tres
estatuas que representan el pasado y el presente. Un guerrero de Rus mira al
oeste de la Puerta Dorada, un arquitecto lo hace hacia la Catedral de la
Asunción y un trabajador actual mira hacia la parte industrial de la ciudad. Dejando
el Centro Cultural y varios edificios oficiales a mi espalda, continué mi paseo.
Antes de adentrarme en el parque, me paré en los puestecillos de souvenirs y objetos tradicionales que aparecían en
algunas esquinas. Pasé a una tienda especializada en jengibre para comprar
los famosos Priániki, que los
vendían por todas partes. El
Priániki es una especie de torta Rusia originaria de Tula, hecha con harina,
mantequilla, mermelada, miel, cardamomo, canela y jengibre. Buenísimos.
De todas formas, donde pude comprar productos autóctonos
más baratos fue en unos grandes almacenes que encontré siguiendo la
Avenida Sobornaya un poquito más abajo. Entre sus estanterías normales de
supermercado había muchas cosas de la zona: miel, vino, dulces… Se llama Trading Rows y estaba a medio camino entre la Plaza de la Catedral y la Puerta Dorada. (Торговые ряды), Большая
Московская ул., 19a.)
Un poco más abajo, recto, apareció la
imagen más famosa de Vladimir: la única puerta de entrada a la originaria
ciudad medieval, la Puerta Dorada. Dentro alberga un museo militar pequeñito.
En frente, la iglesia de la Trinidad y un
poquito más abajo, la Torre del Agua.
Callejeé un poquito hasta llegar a Georgiyevkaya Utilisa. Es una calle peatonal bastante moderna (aún estaba en
obras algunos tramos), pero construida en ladrillo, siguiendo los diseños
tradicionales antiguos. En ella hay varias esculturas y un bonito mirador con
vistas a la Catedral.
Desde allí, inicié mi camino de vuelta
para pasear por el parque que había dejado antes atrás. Volviendo a la Plaza
Sobornaya, pasé por el Monumento a Andrei Rublev hacia las dos catedrales
más importantes de Vladimir: la Catedral de San Demetrio y la de la Asunción,
ambas Patrimonio de la Humanidad, junto con la Puerta Dorada. Entre ellas, se
erigía el Palaty-Chambers, un centro que tiene varios museos y exposiciones.
Paseando te puedes encontrar con un montón de monumentos, iglesias y esculturas a cada paso.
Mi tren era de la compañía española Talgo (no sabía yo que le habíamos vendido trenes a los rusos, pero me encontré con un montón de ellos por el país), que salía a las 17’59
y llegaba a Moscú a las 19’40. Muy limpio y moderno. Estuve haciendo hora en
la estación hasta que llegó disfrutando de mi Prianiki, que para eso
estábamos en su tierra.
Mi impresión sobre Vladimir es la de una
ciudad a caballo entre la industria contaminante de las afueras; el barullo y la modernidad
de la Avenida principal, con su Burger King y sus centros comerciales; y sus
callejuelas, iglesias y monasterios que llevan a un pasado ruso muy remoto.
Cuando yo fui no estaba muy llena de turistas, se podía andar tranquilamente. Tan
sólo me encontré alguna más gente en la zona de las catedrales, pero sin
agobios. Con Suzdal pasó igual. Aparentemente son dos destinos muy tranquilos y
agradables, y que se pueden visitar en un mismo día. Mi consejo es que le dediques la mañana a Suzdal y la tarde a Vladimir, por si tienes algún problema con los
autobuses de vuelta. De todos modos, por muy bonita que fuera Vladimir, mi
corazón se quedó en Suzdal, el pueblo más bonito que vi en Rusia.
👉 Aquí tienes más información sobre los precios
y las exposiciones de Suzdal y Vladimir: http://vladmuseum.ru:8085/rus/visit/price.php
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