Por la mañana
temprano fui a la estación de trenes de Seúl y allí cogí el KTX hasta Gyeongju.
El billete lo había comprado un mes antes a través de la página de Korail, por
lo que no tuve ni que canjearlo. El tren estaba limpísimo y se parecía mucho a
los españoles. Además, el wifi gratis funcionó perfectamente durante todo el
trayecto y contaba con enchufes para cargar el móvil.
A las dos
horas llegué a la estación de Singyeongju. Es un asco porque el KTX para aquí y
no en la estación de Gyeongju, así que hay que salvar los 20 minutos que hay
hasta llegar al centro, cogiendo un taxi o un autobús. En la Oficina de Turismo
de la estación cogí un mapa y me informaron de dónde se cogía el bus al centro,
el número 700.
Me bajé en la
parada que creía que era más conveniente para ir a mi hotel y empecé a dar
vueltas y más vueltas andando y cargada con la mochila. Los campos se sucedían
y allí no aparecían más que casas en ruinas. A final resultó que el hotel no
estaba en la dirección que aparecía en Google Maps y que si lo buscabas en un
GPS Coreano o en el Naver metiendo el nombre en coreano, salía otra ubicación. Agotada, con el calor húmedo del mediodía en Corea en agosto, llegué al Serroa Guesthouse. Un hanok renovado, en el que había reservado una habitación
con baño y cocina. El suelo, muy duro. Pero lo demás estuvo bien.
Después de ducharme
y descansar un poco al fresquito del aire acondicionado, empecé a patearme el
centro histórico de Gyeongju.
Gyeongju es
conocida como el Museo sin paredes. Es el lugar con más tumbas, templos,
pagodas… de toda Corea del Sur. En el año 57 a. C., al mismo tiempo que Julio César
se apoderaba de la Galia, Gyeongju se convertía en la capital del reino de Silla,
llegando en el siglo VII a ser la capital de toda la península coreana. Fruto
de todo este esplendor hoy podemos ver muchos monumentos importantes en el
centro de Gyeongju, en la vecina montaña de Namsan y en los alrededores,
llegando su influencia incluso hasta el mar, en Gampo.
El hotel
estaba a unos escasos 10 minutos del primero de los famosos monumentos de la
ciudad: el Observatorio Astronómico. Para llegar a él, basta con cruzar la gran
avenida y entrar al Parque de los túmulos (Tumuli gongwon), en el que se
encuentran más de 23 tumbas de la familia real de Shilla. Por fuera parecen colinas,
pero por dentro albergaban los restos fúnebres y tesoros (no se puede entrar en
ellas).
A la entrada
del parque hay un puesto de información turística en el que puedes coger un
plano lleno de huecos donde poner los sellos de los monumentos que vayas visitando en Gyeongju, a modo de colección. También te puedes alquilar uno de
los vehículos con forma de gusanos y otros bichos para recorrer el parque. Hay tanta
afluencia de ellos, que resultan muy molestos.
El Observatorio
Astronómico de Cheomseongdae fue construido en la época de la Reina
Seondeok de Silla, en el siglo VII, siendo el observatorio astronómico más
antiguo del este de Asia. Su forma de botella lo hacen muy característico.
Siguiendo el
camino del parque y esquivando a todos los escarabajos con ruedas, llegué a otro gran parque lleno de flores. Estaba impresionante. Es un lugar muy especial,
donde van los novios a hacerse fotos.
Un poco más
adelante, subiendo una pequeña colina, aparecieron los restos de la Fortaleza de
Wolseong. El lugar donde se alzaba el palacio real de la dinastía Silla es hoy
un yacimiento arqueológico que sigue en excavación y estudio. Del palacio sólo
quedan un nevero, partes de la muralla y un estanque (Haeja).
Mientras
paseaba, me sorprendió un extraño ruido en el suelo, justo a mi lado. He aquí
la culpable:
No puedes olvidar
que Gyeongju está rodeada de naturaleza, lo que quiere decir: bichos. Así que
iba de Goibi hasta las orejas, para evitar a los mosquitos.
Bajando de
nuevo la colina, atravesé el Bosque de Gyerim. Según la leyenda, un
hombre que paseaba por este bosque fue sorprendido por el sonido de un gallo.
Fue en su busca, pero, en su lugar, encontró una canasta de oro que contenía un
bebé. Este hecho llegó a oídos del rey Talhae, quien le puso el nombre de Gim
Al-ji, que derivó en Gyerim.
Al final del
bosque se encuentra el Gyochon Hanok Village. Ubicado donde estaba el
palacio de la princesa Yoseok, hoy es un poblado ampliamente dedicado al
turismo. Está lleno de casas tradicionales coreanas (hanok), restaurantes,
cafeterías, talleres… y también una de las atracciones más raras que he visto
en Corea, me dio grima. Eran una especie de robots con forma de ratones, que llevaban a los niños paseando. Parecía que estuvieran caminando.
Saliendo del
parque, volví a la avenida principal a comer en uno de sus puestos y a comprar
el dulce más típico que tiene Gyeongju: los Hwangnam ppang, unos bollitos rellenos de pasta de judías rojas (anko: pasta
dulce de judías de arroz). Se venden en cajas o en bolsas de, mínimo
seis.
Después de descansar
otro poco en el hotel, me dediqué a visitar la zona que, para mí, fue la más
bonita de Gyeongju: el lago Anapji.
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