El Aeropuerto Internacional de Vientiane está a tan sólo 3 km de la ciudad. Consiste en
un único edificio en el que se encuentran las dos terminales. La internacional
es la más grande de las dos y la más moderna.
¿Da tiempo a ir de la terminal internacional a la doméstica
en el Aeropuerto de Vientiane?
La terminal doméstica está separada por un único pasillo. En
teoría da tiempo de sobra a pasar de una a otra. Es un aeropuerto muy pequeño y muy tranquilo. Hay muy pocos
vuelos, por lo que no hay colas en casi ningún sitio. El único problema es que
tengas poco tiempo disponible y debas esperar a que saquen el equipaje
en las cintas (como me pasó a mí). Si lo hacen rápido, puedes ir sin
prisas. Pero, si tardan, tendrás que correr.
De todos modos, con un tiempo de escala normal, tendrás tiempo de sobra para pasear tranquilamente y hacer los controles de equipaje y
los de inmigración.
Llegué al aeropuerto de Luang Prabang en el tuk tuk que
había reservado en el hotel. El vuelo salía a las 13’00. Lo había reservado a través de la web de Travelgenio. Aquí también me la volvió a jugar Travelgenio. En mi vuelode Siem Reap a Luang Prabang tuve problemas con la supuesta “escala
técnica”, que era una escala encubierta en toda regla. Y en el viaje desde
Luang Prabang a Hanoi me dieron una escala breve pero adecuada. Tenía el
tiempo justo para pasar de la terminal doméstica a la internacional en el
aeropuerto de Vientiane.
Pero unos días antes me avisaron por email de que mi vuelo va a salir con retraso. Así que ya no me daba casi tiempo a poder pasar de
una terminal a otra. Intenté contactar con Travelgenio, pero no hubo manera.
Sólo aparecía un número de teléfono y no atendían vía email. En el otro
lado del mundo no se puede depender sólo de un número de teléfono. ¿Cuánto
dinero me iba a costar intentar hablar con ellos?
Por eso lo intenté por otra vía. En el aeropuerto
avisé a la compañía (Lao Airlines) de lo que me pasaba. Las azafatas
hablaban perfecto inglés, pero me dijeron que no me preocupara, que daba tiempo
de sobra porque el aeropuerto de Vientiane era muy pequeño. Aun así les
pregunté que, si había algún problema por su culpa y no podía coger el
vuelo de enlace que qué pasaba. Me respondieron que eso era muy raro, pero que
intentarían reubicarme en el de por la noche a Hanoi, pero… lo tendría que
pagar íntegro yo.
Yo no me lo podía creer. Si es culpa suya por retrasar el
viaje… pues, nada, que no hubo manera. Ellas estaban empecinadas en que daba
tiempo de sobra.
Efectivamente, el vuelo salió retrasado. Llegué a
Vientiane con tan sólo media hora para poder embarcar bien. Claro, tiempo de
sobra si… sólo llevas el equipaje de mano. En cuanto tuve que esperar a que
llegara mi equipaje, pues no me dio tiempo.
Cuando llegué al mostrador de Lao Airlines se lo
expliqué a la azafata de allí. Ella ni se inmutó, dijo que estaba ya todo
cerrado. Menos mal que a un señor mayor que estaba con ella le di mucha pena
y me hizo el favor. Llamó por teléfono a los de los controles y me fue
pasando colándome delante de todo el mundo. No tuve ni que facturar, porque ya no
les dejaba el programa. Cogieron mi equipaje y lo metieron en cabina.
Todo corriendo a toda hostia.
Menos mal que al final pude llegar justo cuando estaban cerrándolo todo. Ahogada, pero llegué. Todo gracias al señor mayor que se apiadó de mí. Siempre hay gente buena...
En ambos vuelos me dieron una botella de agua y un
aperitivo, que es de agradecer.
Mi último día lo dejé para visitar este
Museo Nacional, también conocido como Haw Kham (Golden Hall). Se construyó en 1909,
en pleno periodo francés, como residencia del rey Sisavangvong. Cuando el
Partido Comunista abolió la monarquía en 1975, el palacio se convirtió en el museo
que hoy puedesver.
La visita se hace rápida. Hay que pagar a la
entrada (antes no) para poder ver los jardines, el templo, el palacio y la zona
de los coches reales.
En el edificio del palacio hay una sala con taquillas
donde dejar tu cámara (no está permitida). También hay que dejar
los zapatos fuera, en el porche. Además, hay cumplir bien las normas de
vestimenta, si no, no pasas. No se puede ir con los hombros descubiertos, ni en
manga corta las mujeres, ni falda corta, ni pañuelo o sombrero en la cabeza.
La sala principal es la primera que se visita. Es
extraordinaria. Las paredes son de color rojo con un montón de mosaicos que se
añadieron en los años cincuenta para conmemorar el 2500º aniversario de la
entrada de Buda en el Nirvana. En ella está el trono real, espadas, bustos,
imágenes de Buda…
En los pasillos de la derecha hay diversas
habitaciones que muestran la vida privada de los reyes: un dormitorio, una
biblioteca y un salón. También se exhiben instrumentos musicales tradicionales
de Laos.
En los pasillos de la izquierda se ven distintos
objetos reales valiosos, como una piedra lunar que le regaló el Presidente
Nixon. La verdad es que el palacio está lleno de regalos que le hicieron a esta
familia. Otra sala a tener en cuenta es
el lugar privado de rezo.
Si sales del palacio, de vuelta a los jardines,
verás las indicaciones para continuar el camino de la derecha y así acceder a la sala
dedicada a los coches del rey.
A la salida
te encontrarás con uno de los templos más famosos de Luang Prabang: el Wat Mai Suwannaphumaham, con una ornamentación muy suntuosa.
Después de visitar el palacio y subir al MontePhouSi, me fui de vuelta al hotel para coger mi tuk tuk al aeropuerto. Me despedía de una de las ciudades más encantadoras de Asia.
🕑 Horario del Palacio Real de Luang Prabang:
- De miércoles a lunes: de 8’00 a 11’30 y de 13’30 a
15’30.
📷 No se pueden hacer fotos en el interior del palacio.
Cuando me bajé de la furgoneta que nos había
traído del Centro de Conservación de Elefantes de Sayaboury, llegué al hotel
Pangkham Lodge. Este hotel lo había reservado a través de Booking.es y me había costado 20€ por una noche con desayuno. El problema fue que cuando
llegué estaba todo lleno.
El chico de recepción me dijo que no había ningún
problema porque tenían otro hotel muy cerca de allí, que era más caro, pero que
me hacía el upgrade gratis. Al momento vino un tuk tuk para coger mis cosas y llevarme al nuevo.
No estaba en la avenida principal, como el otro,
pero sí que parecía mejor. Estaba situado a pocos minutos del monte Phou Si Se
llamaba Lakhangthong Boutique Hotel. No era muy grande, tenía sólo 16
habitaciones, pero parecía muy acogedor. La recepcionista estaba jugando a un
shooter en la Play a todo volumen. Lo dejó cuando me vio aparecer y me llevó
a la habitación.
La habitación estaba en la segunda planta.
Todo recubierto de madera, con una cama enorme, aire acondicionado, televisión,
kettle y nevera. El cuarto de baño era también muy grande y contaba con
secador. Estaba todo limpísimo.
Después de descansar un rato bajé a recepción
para reservar el transporte al aeropuerto para el día siguiente y pagar la
cuenta para ahorrar tiempo. La chica me dijo que no había problema, pero que
si iba a pagar con la tarjeta de crédito que me tenía que cobrar un 3% de
comisión. Le dije que sí y llamó a otro chico. El chico me dijo que le
acompañara porque tenía que hacer el pago en otro sitio. Yo pensé que nos
dirigíamos a otra estancia del mismo hotel pero… no.
Me llevó a la puerta, se montó en su moto y me
señaló el asiento de atrás. Me quedé a cuadros. Así que no supe qué hacer. Ante
la cara de insistencia del chico, acabé subiéndome. Ahí me tienes, de viaje en
moto por Luang Prabang, con un laosiano que no conocía de nada y sin casco.
Toda una experiencia. Nos bajamos en la puerta del hotel original, en el que
habíamos estado al principio. Pagué allí y de vuelta a la moto para regresar al
nuevo.
Una vez resuelto mi problema del pago, me di un paseo por el mercado nocturno para disfrutar de mi última noche
en Luang Prabang, aprovechando las gangas de Food Street.
Al día siguiente, el desayuno lo hice en la
planta de arriba, en el porche. Había varias opciones para elegir y, después de
algunos problemas de comunicación con la camarera, al final conseguí que me trajera algo parecido a lo que había pedido. Al menos acertó en algo. El
desayuno estuvo correcto, seguí probando el Banana Pancake, que ya se
ha convertido en una tradición por estas tierras, porque cada uno lo hace de una
manera y no acierta nadie a hacerlo bien.
Este centro es una maravilla de Laos aún poco
conocida. Se encuentra a unas 3 horas de viaje en autobús desde Luang Prabang,
un poco menos si haces el recorrido en furgoneta. Y es el mejor modo de
visitar a los míticos elefantes laosianos.
Este genial proyecto comenzó su andadura en el año
2011, por lo que es muy nuevo y aún queda mucho por hacer. Pero ganas no
faltan. Su principal preocupación era la desaparición de elefantes en Laos a
niveles elevadísimos. Preocupados por la falta de sensibilización del Gobierno
e, incluso, de los propios habitantes de Laos, decidieron crear un centro único
en el país que sirviera de referencia a los demás lugares en los que los
turistas, principalmente, pueden disfrutar de su compañía.
Es precisamente este programa de información y
sensibilización lo que los hace diferentes de los demás. Como ellos mismos
afirman: “Al contrario que en otros lugares, no traemos a los elefantes de su
hábitat natural y los llevamos a sitios turísticos, sino que llevamos al propio
turista a que comparta un trocito de este hábitat”. Aquí es el viajero el
invitado, y no al revés.
Los elefantes que viven en el centro disfrutan de
106 hectáreas de bosque protegido, selva virgen con paisajes que deja boquiabiertos. Allí descansan recuperándose, en su mayoría, de una vida dura de
trabajos en la industria maderera. Es una jubilación bien merecida y en un
lugar único.
También están siendo reconocidos por su labor en el
campo de la reproducción y cría de elefantes. Tiene un programa al que llaman
“Baby Bonus” por el que se encargan de los elefantes durante el periodo de
gestación, a la vez que le dan un incentivo a los dueños. De este modo, los
dueños (que han tenido que ahorrar muchísimo para poder comprar y mantener al
elefante), no tiene miedo de que se quede encinta y de que durante esos meses,
a los que se añaden los de cría, no puedan ponerlo a trabajar y pierdan dinero.
Así recuperan su inversión.
Además, se encargan de dar información a los
locales sobre la importancia de tratar bien a los elefantes, y dan a conocer
este valor a los extranjeros. Se han convertido en un referente, poco a poco,
del ecoturismo en Laos. Todas sus instalaciones son ecológicas, utilizan la
energía solar y se abastece del agua del lago y de la lluvia, hacen papel
ecológico con estiércol (que suena feo, pero es bonito, de verdad), todos sus
documentos los imprimen usando papel reciclado y sus infraestructuras las han
hecho aprovechando viejas casas laosianas tradicionales.
En el centro se aprende, se disfruta y se
sensibiliza. Sus misiones son:
El rescate de elefantes de una vida de esclavitud
en las industrias madereras.
Fomentar la natalidad y la cría.
Proporcionar un ambiente natural en el que lo
principal sea el bienestar de los animales.
Crear lazos sociales entre los elefantes a través
de un área de socialización animal.
Llevar a cabo un programa para formar a los mahouts
de modo que dejen la industria maderera y aboguen por el ecoturismo.
Educar y sensibilizar en temas relacionados con la
educación ambiental.
Instalaciones del centro
El centro cuenta con varios espacios:
Un área dedicada a “Elephant Nursery” en la que se
relajan tranquilamente los animales que están encinta, las madres que acaban de
dar a luz y los pequeños elefantitos. Se pueden ver desde un cercano
observatorio al que se accede en una pintoresca barquita.
Un área de socialización donde los animales pueden
juntarse para formar nuevos grupos de forma natural. En ella se pueden ver a
los elefantes comportándose como son ellos mismos, sin la presencia de ningún
humano.
Un hospital de elefantes que funciona íntegramente
con energía solar.
Un museo lleno de paneles explicativos en varios
idiomas.
Una escuela de mahout, para que se formen en
ecoturismo y en la importancia de cuidar a los elefantes. Una idea que salió
directamente de la comunidad local de mahout, conscientes del peligro que sufre
su profesión con la extinción de los animales.
Un restaurante en el que ofrecen a los visitantes
comida tradicional laosiana utilizando productos del mercado local y de sus
propios huertos.
15 cabañas tradicionales de bambú, con mosquitera y
un porche con una hamaca para mirar tranquilamente al lago Nam Tien y a su
maravilloso paisaje.
Los servicios y las duchas son comunitarios.
No hay wifi, pero si lo necesitas puedes pedirles
que te dejen sus ordenadores para alguna emergencia. Es bueno desconectar de
vez en cuando y así disfrutar más de la experiencia.
Una tienda donde venden productos relacionados con
los elefantes: camisetas, pegatinas, incluso postales hechas con estiércol
(suena raro, pero son preciosas y originales).
Me encantó la experiencia y la recomiendo a todos
los que vayan a pasar sus vacaciones en Laos. Estar tan cerquita de los
animales es una vivencia única.
Me levanté tempranito, con toda la ilusión del
mundo, para aprovechar bien el día. Levantarse y encontrarse con estas vistas
desde el porche, es una experiencia única.
Después de una ducha y de recoger todo mi equipaje, para dejarlo todo listo, fui a desayunar a la zona común. Pan con
mermelada, huevos revueltos, café, té… todo preparado para comenzar nuestro segundo
día entre elefantes.
Para abrir boca nos dirigimos hacia el embarcadero para
tomar una barquita estrechísima, en la que nos montamos seis personas. Estabas
tan cerca del agua, y se tambaleaba tanto… Me gustó. En ella fuimos hacia un
observatorio para ver uno de los milagros del centro de Sayabouri: una de las
crías que están consiguiendo que nazcan aquí.
Vino acompañada de su madre y de su mahout. El
vínculo entre el mahout y su elefante llega a ser tan fuerte que, cuando el
mahout se muere, el elefante se pone triste y llora… increíble.
La cría estaba poco participativa porque no le
gustaba la llovizna que estaba cayendo y sólo quería estar con su madre,
escondiéndose debajo de sus piernas. Cuando llegó el momento del baño, gruñía
porque quería irse al bosque. Y eso que nos dijeron que le encantaba el agua,
nadar, bucear y jugar en el lago. Aun así, fue maravilloso.
Después de hacer cientos de fotos y de disfrutar en
silencio de esos preciosos momentos, cogimos de nuevo la barquita para volver
al centro y juntarnos con el resto de visitantes. La siguiente parada fue para
encontrarnos, de nuevo, con los elefantes y aprender hoy unas lecciones básicas
de cómo guiar a uno de ellos. Ve hacia delante, párate, gira a la derecha,
agáchate para que me pueda bajar… El elefante sabía perfectamente lo que tenía
que hacer al escuchar nuestras indicaciones y las de su mahout.
Una vez saciados de los paseos (que es lo que más
nos gustó a todos), pudimos estar más tiempo con ellos acariciándolos y
dándoles de comer.
Al rato llegó una voluntaria neozelandesa que se
encargó de enseñarnos el hospital y de explicarnos las actuaciones que llevaban
a cabo allí. Vimos cómo les limpiaban las pezuñas, cómo los medían… y acabamos
delante de un gigantesco esqueleto para ver cómo eran sus huesos.
Desgraciadamente, tuvimos que volver al porche a
tomar nuestra última comida allí y coger la furgoneta que habíamos alquilado
entre la familia catalana, una pareja de suizos y nosotros. Nos salió tan
barato como si hubiéramos cogido el autobús, porque repartimos los gastos entre
todos. Y sin el apuro de que te pudiera tocar viajar en el pasillo del bus (en taburete de plástico o en el suelo).
Mi visita a Laos no hubiera tenido sentido si no
hubiera venido aquí. Fueron tan sólo dos días y me arrepiento de no haberme
podido quedar más. Aprendí tanto y vi tantos paisajes salvajes, que lo echo de
menos. Es como si me llamara para que volviera pronto, sobre todo cuando me
levanto y está lloviznando. Entonces me acuerdo de mi elefante y sonrío.