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Laos: Día 6 – Visitando Luang Prabang


Volví de las Cuevas de Pak Ou para la hora de comer. Fue un error no llevarme nada, porque allí no hubo nada para comprar y tenía mucha hambre.

Tourist Street está llena de negocios. Un montón de restaurantes para todos los bolsillos. Desde suntuosos restaurantes coloniales, hasta la pizzerías más baratitas. Lógicamente, allí acabé también yo. Bebiendo una beer lao, como manda la tradición.

Me llamó la atención que, estando esto tan perdido y tan lejos, me encontrara con un negocio catalán. Bueno, parece que esta tierra atrae a los españoles, porque en el Centro de conservación de elefantes también coincidimos algunos, incluso la bióloga de allí es española. Pero, lo cierto es que no se ven muchos turistas españoles por Luang Prabang. Hay mucho francés, sobre todo, y algún que otro alemán.




La tarde la dediqué a disfrutar de los múltiples Wat que hay por toda la ciudad y los alrededores. Algunos son de pago, pero baratos, y otros son gratuitos.

Entre Wat y Wat, busqué la dichosa agencia de viajes Sakura, que es la que dice la Lonely Planet que gestiona el transporte privado para ir al Centro Nacional de Conservación de Elefantes. Pero, como la mayoría de los viajeros, no la encontré. Así que, al final, acabé reservado en una de ellas los billetes para ir en autobús hasta Sayabouli, toda una experiencia. Mereció la pena por conocer más de cerca a los locales.


Por la noche hice unas compras en el mercado nocturno, paseé por Street Food (salé ahumada y oliendo a barbacoa) y me comí un pastel laosiano en un puesto callejero.



Laos: Día 6 - Cómo es la visita a Lao-Lao Village y a las Cuevas Pak Ou


Por la mañana temprano, después de haber visto la Procesión de las Ánimas y de haber tenido el incidente con el desayuno del hotel, me fui a la agencia en la que había comprado la excursión a las Pak Ou Caves.

De salir a las 8’00, al final acabé saliendo más de media hora después. Allí me sentaron en unas sillas y no me hicieron ni caso hasta que apareció un tuk tuk destartalado que me llevó al embarcadero… De haberlo sabido, no hubiera reservado nada con la agencia, porque mi hotel estaba cerquísima del embarcadero ése y había hecho el camino en vano. Además, me habría salido más barato si hubiera comprado el billete en el propio embarcadero.

Allí me dieron un ticket con un número (que luego no se respetó para nada) y estuve esperando otra media hora a que organizaran los barcos. Finalmente, conseguí montarme en uno. Toda una experiencia. Es más bonito que las cuevas en sí mismas. Un barco muy estrecho, algo difícil para montarse en él, subiendo por tablas, barro… todo destartalado, pero con el aire encantador que inunda Laos.



Daba un poco de miedo cuando venía la corriente fuerte pero, al rato, te olvidabas y disfrutabas del paisaje salvaje, viendo a los niños y a los perros jugando en el agua, gallinas salvajes, gente viviendo en el río… todo tranquilísimo.



A medio camino paramos para echar gasolina. Nunca había visto una gasolinera en mitad de un río. Curioso.



Una parada en Whiskey Village - Ban Xang Hai 

Un poco más adelante hicimos una parada en este poblado. El pueblo está construido en la ribera del Mekong, a 20 km de Luang Prabang si vas por carretera.

Nada más bajarnos, vienen a saludarnos algunos habitantes. Uno de ellos, mayor, sabía hablar un inglés bastante aceptable para estar dónde estábamos. Allí nos enseñó las instalaciones donde hacían el famoso lao lao. Un licor que es consumido a todas horas en este país. Nos dio a probar tres mezclas distintas, en función de su graduación. La última sabía a aguardiente del fuerte.


Las botellas de lao-Lao normalmente contienen pezuñas de oso, huesos de tigre o cualquier otro trozo de algún animal, porque creen que esto incrementa la virilidad masculina. Y también porque quieren dar morbo a los turistas. No compres estas botellas ya que perpetúa el serio problema que hay en el país de furtivos y caza ilegal de animales amenazados. Exige que no lleven nada de esto dentro. Es una pena.


Después de beber todo eso con el estómago casi vacío, hacía un calor y un mareo… nos adentramos un poco en el pueblo, donde todo el mundo estaba aletargado. No hacían ningún ademán por vender, parecía no importarles nuestra presencia allí. Raro, y más cuando es un pueblo orientado principalmente al turismo. Su única calle polvorienta está llena de talleres y tenderetes donde venden telas, bufandas, gorros… hay mujeres tejiendo in situ, pero muchos de los artículos están hechos en fábricas de China o de Vietnam.




Al principio de la calle hay un templo muy bonito al que merece la pena echar un vistazo después de haberles comprado algo a esta pobre gente.



Todas las visitas que van a las cuevas hacen la parada de rigor en Whiskey Village (Lao Lao Village), aunque también se puede ir por carretera o alquilando un viaje privado en alguna embarcación. Sin embargo, ir exclusivamente a este lugar no merece mucho la pena, tan sólo sirve de excusa para estirar la piernas antes de continuar el camino a las cuevas.

Visitando las Cuevas de Pak Ou

A 25 km de Luang Prabang, río arriba, se encuentran estas cuevas que llevan siendo lugar de culto desde hace más de mil años. Cuando los peregrinos lograban llegar a ellas, era tradición dejar atrás una estatuilla de Buda. Con el tiempo las cuevas se fueron llenando de estas estatuillas, y ahora hay miles de ídolos de todos los tamaños y estilos.



Las cuevas consisten en dos oquedades realizadas en un acantilado de 15 metros de altura sobre el río. La primera que te encuentras es Tham Ting. Allí sí que hay luz natural y un montón de velas, por lo que se puede ver sin problemas. Es más un abrigo, que una caverna. Hay algunos carteles que nos enseñan el significado de las estatuas y de los altares que la llenan. Seguridad no hay ninguna. Hay que mirar muy bien donde se pisa.





La primera pintura que se conoce de esta cueva se le atribuye a Francis Garnier, que describe su viaje explorando el Mekong desde 1865 a 1867.


Una vez vista, seguimos el camino donde hay algún que otro vendedor de champiñones, ofrendas… y una niña de unos 4 años que vendía muñequitas. Al final del camino aparecen unos escalones que hay que subir para llegar a la cueva de Tham Theung, unos diez minutos subiendo. Hay descansar de vez en cuando para no ahogarse y disfrutar del paisaje.



Arriba hay una cueva sin luz. En la entrada alquilan linternas o puedes usar el flash de las cámaras o del móvil. Dentro hay un montón de imágenes de Buda de un modo mucho más tranquilo, pues no está tan llena de turistas como la de abajo. Muchos no quieren subir tanto escalón.




Abajo hay un servicio con una pinta sospechosa. No me atreví a entrar en ellos. Parecía mejor la jungla, la verdad. Una señora tumbada (literalmente) en el suelo, cobraba 5000 kip por entrar en él mientras se le abría la boca. Muy estresada no parecía.

Las cuevas no son muy espectaculares, todo hay que decirlo. Lo que es encantador es el viaje en sí mismo, disfrutando del paisaje del Mekong y de la visión de tanto ídolo en su interior, y a oscuras. Aun así, merece mucho la pena dedicarle media mañana.


Cómo llegar a las Cuevas de Pak Ou 

🚢 En Barco: comprando el ticket en el embarcadero. No hace falta ir a ninguna agencia, así te saldrá más barato. Está en frente del Saffron Café. Se tardan 2 horas en llegar a las cuevas, con una pequeña parada en Whiskey Village. De vuelta, como sólo hay que seguir la corriente, se tarda una hora y media. 

🚘  Por carretera: cualquier tuk tuk del centro te puede llevar por un camino sin asfaltar que sale de la carretera 13, cerca del km 405. Se tarda una hora y hay que cruzar el río en un barco desde el pueblo más cercano (Ban Pak Ou).


PRECIO:
- Entrada a la cueva: 20.000 kip
- Barco ida y vuelta: 60.000




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➤ Día 6 – Visitando Luang Prabang


Laos: Día 6 – Luang Prabang: madrugando para ver el Tak Bat, la procesión de las ánimas


El Tak Bat - La Procesión de las ánimas 

Me levanté muy temprano para acudir a ver lo más representativo de Luang Prabang, lo que sale en todas las fotos y en todos los documentales: la Procesión de las Ánimas.

Todos los días, entre las 5’30 y las 6’00 de la mañana, cientos de monjes budistas salen en procesión para pedir comida que la gente da en forma de ofrendas. Todos van descalzos, rapados, en silencio y vestidos de naranja. Se levantan a las 4’00 para rezar y meditar.

La gente se empieza a poner en fila también para observarlos y rezar. Esta es una manera de contribuir a su karma, creen que les dará felicidad y una vida apacible. Las mujeres se arrodillan, los hombres pueden estar de pie. Hay gente por mitad de la carretera que alquila el sitio donde te puedes poner a rezar tú también si quieres participar. Les pagas, te sientas de rodillas y te dan una cesta con bolas de arroz glutinoso que luego les puedes dar a los monjes para que las metan en sus bolsas.

Lo que recogen los monjes constituye su comida diaria y lo que sobra se lo dan a los más necesitados. A simple vista parece una tradición centenaria preciosa, tranquila y en silencio. Muy mística. Pero, desgraciadamente no. El turismo ha hecho mella y está convirtiendo esto en una feria. Hay más turistas que locales dándole comida de todo tipo a los monjes. La gente se para en todos sitios a hacerles fotos, incluso delante de ellos (no hay que olvidar que hasta es un agravio mirarles a los ojos…), las vendedoras de arroz van a gritos intentando alquilar los sitios para que te arrodilles, alquilando paraguas…


Y, lo que más me impresionó: de arroz nada. La mayoría del arroz se lo dan a las señoras que se ponen en las esquinas de las aceras con unas cestas muy grandes y ellos se queda con… ¡chucherías! Sí, la gente les da chocolatinas, gusanitos, patatas fritas… Los más jovencitos (no dejan de ser niños), tiran el arroz y guardan con ansia el chocolate, aplastándolo en sus bolsas para que quepa más. Una pena. Si ésta es su comida diaria…¡les va a dar colesterol y les va a subir el azúcar!


Me encontré entre encantada de estar donde estaba, delante de una tradición tan centenaria y mística, y decepcionada por el comportamiento de los turistas y de los monjes. Un sentimiento muy agridulce.


Cuando vi gran parte de la procesión me di una vuelta por el pueblo y regresé a desayunar al “maravilloso” cutre-hotel. Después del incidente con el desayuno, me dirigí a la agencia de viajes para iniciar mi camino hacia las Pak Ou Caves.


Laos: Día 5 – Opinión sobre el Riverside Guesthouse Hotel de Luang Prabang

En esta foto aparece todo muy cuidado, nada que ver con la realidad. 

Hice la reserva mediante Booking.com por tan sólo 36€ por dos noches con desayuno. Aparentemente puede parecer una ganga, pero en Luang Prabang por ese precio hay alojamientos mejores. No es que buscara algo lujoso, pero lo que encontré fue un hotel cutre de narices.

Las fotos que aparecen en cualquier web de reservas yo no sé cuándo las hicieron, pero no se parecen en nada a este sucio lugar.

La furgoneta del aeropuerto, después de perderse dos veces, logró dar con la calle, toda llena de hoteles y restaurantes con muy buena pinta, junto al río, buenas vistas y tranquila, pero cerca del centro.

Riverside Guesthouse Hotel 

Todo bonito, hasta que llegué a mi hotel. La entrada ya estaba dejada. Subí las escaleras y me encontré a un chico tumbado en un sofá mientras comía unas hierbas, que me dijo que era lao food.

Me saludó con sueño, abriéndosele la boca y se fue hacia el mostrador de recepción. Tenía apuntado en un papel mi nombre, lo comprobó todo tardando una vida… y me dio la llave de la habitación.

Anduve por un pasillo debajo del porche, lloviendo a cántaros. Todo el pasillo lleno de trastos. Al final de éste había un lugar con todo tipo de cosas viejas: una lavadora, cuencos, ropa en perchas, una especie de tinajas… y unas telarañas que asustaban. Mi habitación era justo la que había al lado de ese lugar. Genial.

Intenté abrir, pero nada. Llamé al chico. Con toda la parsimonia del mundo comprobó la llave. Me dijo que no, que la mía era la habitación de al lado, porque yo había contratado una cama de matrimonio. Fui con la nueva llave a la nueva habitación: ¡estaba ocupada! Vuelvo a llamar al chico y…se quedó con cara de palo. Parecía que le iba a salir ya humo de la cabeza porque se quedó bloqueado. No sabía qué hacer. Al final me dijo que no tenía más habitaciones que la de al lado de la especie esa de tratero/basurero, pero que tenía dos camas y no una de matrimonio. Me abrió esa, por fin (ya estaba harta y me daba igual), y entré.

La habitación

Bueno… hacía tiempo que no estaba en un sitio tan cutre. Me recordaba a mis días por China. La habitación tenía dos camas enormes, con unas sábanas y una colcha llena de manchas. Yo no dormí a gusto porque me picaba todo y pensaba que había bichos pero, por suerte, me levanté sin picaduras.

Al verla en esta foto, no me puedo creer que ésta fuese mi cutre-habitación. Aquí parece preciosa.

No había posibilidad de colgar mi mosquitera de ningún sitio y mosquitos había a puñaos. Así que, a dormir bañada en Goibi.

Los armarios parecían que estaban carcomidos. No saqué nada de mi maleta. También había una mesita y una silla vieja. Al menos el aire acondicionado funcionaba bien y había wifi. 

El baño

El baño era el cuarto de los horrores. Digno de cualquier videojuego de zombies. Medía la mitad de la habitación, enorme. Un espejo roto, un lavabo lleno de óxido y una papelera sucia. Un punto a su favor era que no olía a tuberías...

Separada por un medio tabique estaba la ducha. Un mango con un sumidero en el suelo. Y ya está. Menos mal que me llevé mi propia toalla, porque si no, me seco al aire. Lo juro. Las toallas mejor ni tocarlas. Además, más tarde descubrí que su sitio de secado era…¡el cuarto trastero/basurero! Sí, colgando de otras perchas.

Al ver fotos así, no me creo ni que fuera el mismo hotel. O son de hace miles de años, o no lo entiendo. 

El desayuno

A la mañana siguiente fui a desayunar. Las mesas del desayuno (no sirven otra comida) se colocan en ese mismo pasillo, delante de las puertas de cada habitación. El chico me trajo una carta, pero resultó que no tenía casi de nada. Al final de 12 opciones, sólo había 3.

Después de ordenar los platos y esperar, apareció de nuevo. Otra noticia que se ve que se le había olvidado: el desayuno era a partir de las 7’30 y eran las 7’15. La chica que cocina no había llegado aún. Bueno, decidí esperar a que llegase. Total, si ya había hecho el pedido.

El tío venía de vez en cuando y me rellenaba el café, pero nada de comida. Con los nervios que me entraban cada vez que lo veía aparecer con esa calma, que le pesaba la vida… y tanto café… es que me iba a dar ya hipertensión, como mínimo.

A las 7’45 apareció de nuevo el empanao (es que ya no sé ni cómo llamarlo). Me dijo que si la cocinera no venía en un rato (indefinido), se metía él en la cocina y me hacía él mismo el desayuno. Genial y ¿por qué no me lo haces tú mismo ya? Es que cada vez que me ponía a hablar con él, tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Una frustración...

Total, que acabé comiendo a las 8’00 porque al chico de la pachorra no le dio la gana de hacerme él la comida. La cocinera, que vino en moto, tenía un humor de perros. Era la misma que limpiaba y tenía una pinta… Mi esperado pancake de chocolate resultó ser una tortilla francesa con sirope de chocolate en el centro y sal. Mmm… buenísimo 😒

El personal

El personal sólo consistía en ese chico y en la “agradable” cocinera-limpiadora. El chico parecía que sabía hablar inglés, pero no era así. Sabía frases básicas, pero algo más complejo, no. Lo peor de todo era que asentía con la cabeza como si se estuviera enterando de todo. Pero luego no hacía nada. Y hasta que pillé que no se enteraba de lo que hablaba, pensaba que me estaba tomando el pelo.

Al día siguiente hice una reserva de una excursión en una agencia de viajes. El que me atendió llamó por teléfono varias veces a mi hotel para acordar con él la hora a la que iba a ir a recogerme un tuk tuk para llevarme  a la estación de autobuses. Después de llamar varias veces, consiguió que se lo cogiera. Pero, al parecer, la comunicación fue imposible. El de la agencia me dijo que no comprendía lo que le había dicho el chico. Pero, bueno, entonces ¿era problema de mi inglés o de su laosiano? Porque si ya no lo entendían ni los suyos... 

Lo mejor de todo fue su cara al día siguiente cuando le pregunté que si ya había llegado mi tuk tuk. Me dijo muy extrañado: 

- ¿Qué tuk tuk? 
- Joder, el que te explicó ayer el de la agencia por teléfono. Y el que te dije yo anoche que hoy venía a recogerme.

Pues nada, como si hubiera hablado el día anterior con un alien. 

El pago

Como no esperaba que fuera de otra forma, al intentar pagar con tarjeta, ésta no funcionó. Por la noche le pregunté si se podía pagar con tarjeta y me dijo que sí. Claro, eso fue antes de descubrir que no se enteraba de lo que le estaba diciendo, pero hacía como si se enterase.

El datafono no funcionó. Me dijo que llevaba mucho tiempo estropeado. Así que a buscarme la vida con el efectivo.

Al final me dio pena y todo. Después de ser un desastre total mi estancia allí, vi cómo vivía. Su habitación consistía en ese sofá, al lado del mostrador. Ahí dormía. Con el frío de la noche y la humedad, porque la recepción siempre estaba abierta por el porche. En una mesita tenía una kettle y una tele. En recepción había un monitor antiguo de ordenador, pero no funcionaba bien. Así que no tenía mucho entretenimiento.

Pero, como casi todo el mundo en Laos, sobre todo los hombres, tenía esa cara de felicidad envidiable. 


  RIVERSIDE GUESTHOUSE  

Kingkitsarath, 06000 Luang Prabang

+85 620 911 386 86


Laos: Día 5 – Llegada al aeropuerto de Luang Prabang volando con Lao Airlines


En el hotel de Siem Reap contraté un tuk tuk para que me llevara al aeropuerto. Mi vuelo salía a las 14’00 y en un aeropuerto tan pequeño no había mucho que hacer. Por lo menos había wifi gratis y decente.

El vuelo lo contraté a través de Travelgenio.com y me costó 115€. Aquí me timaron, pues en el billete ponía que el vuelo tardaba 1 hora en llegar al destino y que hacía una parada técnica. Para nada. Volamos durante 40 minutos, llegamos al aeropuerto de Pakse con una parada técnica encubierta (pues se bajaron y se montaron nuevos pasajeros) y otra vez volamos durante 40 minutos para ir, por fin, a Luang Prabang.

Se supone que la diferencia entre una parada técnica y una escala está en que en la primera no se suben nuevos pasajeros. El avión para para hacer una revisión, echar combustible, dejar correo… Al hacer una escala encubierta, nos cobran más por el billete porque es un vuelo en el que no vas a perder el tiempo con escalas, pero lo pierdes igualmente.

En el aeropuerto de Pakse nos dejaron en una sala con una tienda minúscula y un servicio cutre. Pequeñísimo todo. Parecía más una estación de autobuses.

Mi vuelo lo hice con Lao Airlines, en un avión pequeñísimo, de hélices. Nunca había montado en un avión así. Impresiona la velocidad con la que despega y aterriza. El personal muy amable y me dieron un pequeño aperitivo con sándwich en los dos tramos. Las vistas, increíbles. Parecía todo selva virgen.


Al final, con las tonterías, llegué  a Luang Prabang más tarde de las 18’00. Ya casi de noche y con llovizna. Saqué el visado, pagando en dólares, y fui a cambiar dinero. Imposible. Ya estaba todo cerrado. Me dijeron que me cambiaban en el puesto de taxis, pero el cambio era orientativo. Vamos, que se pensó un rato a cuánto ponía el cambio el tío del mostrador. Me lo escribió en la calculadora como diciendo “Esto es. Por ejemplo.” Como se lo había inventado y en los carteles de las casas de cambio que había cerradas ponía otro, pasé del tema.

Cogimos una minivan allí mismo, que pagué al mismo tío del puesto. Me metió en el coche con otro extranjero y nos llevó al hotel, aunque se equivocó dos veces de camino. Empezamos con buen pie la noche.