Por la mañana cogí el
autobús 20 para llegar al Hotel Llao Llao. Uno de
los resorts más lujosos de Argentina, situado
en una pequeña colina sobre la península Llao Llao, entre los lagos Nahuel
Huapi y Moreno. Es una construcción de principios del siglo XX de estilo
canadiense, realizada en madera, piedra y tejas normandas y que se considera
Monumento Histórico Nacional. Se
puede visitar por dentro poniéndote en contacto a través de su página web.
Villa Llao
Llao fue fundada en 1937 a 25 km de San Carlos de Bariloche por
Exequiel Bustillo, presidente de Parques Nacionales y hermano del arquitecto
Alejandro Bustillo, constructor del hotel Llao Llao, y hoy se encuentran unidas
por una avenida costera que lleva el nombre del primer director de Parques Nacionales: Exequiel Bustillo.
Me bajé en
la parada del hotel y caminé cuesta abajo hasta Puerto Pañuelo. Opté por ir por
un camino que rodeaba un campo de golf y llegaba a la Capilla de San Eduardo,
hecha por el arquitecto Alejandro Bustillo.
Prontó enlacé
con la carretera y llegué a Puerto Pañuelo. Desde allí salen los barcos hacia isla
Victoria, al Bosque de Arrayanes en la península de Quetrihue, y a Puerto
Blest, lago Frías y Cascada los Cántaros.
Dejando el puerto
a un lado, continué andando por la carretera hasta la Entrada al Parque
Municipal Llao Llao. Allí, a mano izquierda, está el Cristo Verde y el puesto
de información turística desde la que parten visitas guiadas al Sendero de los
Arrayanes. La garita estaba cerrada, pero había un guardabosques por allí que
me indicó donde estaba el inicio de la ruta al mirador del Cerro Llao Llao. Y
fue muy claro: por ahí, no es.
Para iniciar
este sendero hay que continuar por la misma carretera hasta que salga una señal
de madera que indique el inicio de la ruta hacia Cerro Llao Llao y Villa Tacul.
Cuando llegué,
ya pintaba mal. Al principio, sólo vi un poco de nieve y seguí caminando. Había
algunos excursionistas más andando y eso me dio confianza. El sendero estaba
señalizado e incluso indicaba el nombre las plantas que me encontraba.
Pero, al
rato, todo cambió. El temporal que había arrasado Bariloche también había hecho
mella en este monte. Para continuar mi camino tuve que saltar y trepar por
troncos de árboles caídos, arrastrarme bajo ellos y escurrirme varias veces.
A veces el
sendero se convertía en una verdadera laguna y era imposible saltar por ella. Gracias a varios excursionistas que nos juntamos por allí, hicimos un pequeño
puentecito con palos e íbamos intentando cruzar sin mojarnos hasta las
rodillas.
Otras veces,
el camino se perdía en la nieve. No había nada señalizado y sólo nos hacía
seguir el hecho de ver a otros excursionistas que venían ya de vuelta y que nos
indicaban por dónde habían ido ellos.
Por fin
llegamos a una bifurcación en la que se indicaba el ascenso al mirador. Una faena.
Se escurría todo y el hielo no te dejaba andar bien. Pero ya que habíamos llegado
hasta allí, nadie abandonó.
Nada más
subir, el cartel no impresionaba mucho. No había nada que indicara dónde estábamos.
Ni quitamiedos, ni indicaciones, ni nada. Tan sólo esto:
Allí, a la
derecha, había una gran roca desde donde se podían observar unas vistas
impresionantes. Había merecido la pena tanto esfuerzo.
Después de
descansar un rato admirando el paisaje y comer, empecé a bajar la cuesta. Muchísimo
más lento y difícil que la subida, con todo el hielo. Además, ya era consciente
de lo alto que estaba eso…
En la
bifurcación, seguí la señal que indicaba Villa Tacul. Mi idea era hacer el
camino entero. Pero, tras unos cuarenta minutos andando sin encontrarme otra
puñetera señal, me dio miedo perderme y que se me hiciera de noche en mitad de
un bosque patagónico y sin cobertura.
Tardé un
poco en encontrar el camino de vuelta. Ya no había nadie a quien preguntar. Cuando
llegué a la parte del sendero que se había convertido en laguna, me alegré
mucho, porque supe que iba por el buen camino.
Llegué de
nuevo a la carretera y volví a Puerto Pañuelo para coger allí el autobús. Sin embargo,
no había ninguna señal que indicara dónde paraba. Pregunté a un hombre que me
encontré y me dijo que era en frente de la entrada al puerto. No ponía nada, pero media hora después, vino el bus.
Se me
había hecho tardísimo. Lo que iba a ser en principio una ruta sencilla de unos
3’6 km hasta el mirador, se había convertido en un trekking duro en el que
había echado medio día.
Mapas de las rutas por el Cerro Llao Llao
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