Mi última visita en Vietnam la iba a dedicar al Delta del Mekong. Era una pena que no tuviera más tiempo para poder estar allí dos días al menos, pero no quería perderme la oportunidad de ir, aunque fuera un solo día.
La mejor manera de visitar el Delta es contratando una excursión con una agencia. Ir por tu cuenta exige depender de las estaciones de autobuses, y
los horarios y los tickets son un jaleo; o ir en coche privado con conductor.
Mi excursión la contraté en la misma
agencia en la que había estado durante mi primer día en Ho Chi Minh. Como me había ido muy bien con la salida hacia Cu Chi, decidí probar suerte con
ellos otra vez.
Se sitúa en la zona mochilera
de Pham Ngu Lao, muy cerca de Ben Tanh Market.
Se llamaba
Gnocc Mai y está en el número 169, en frente de un gran parque. Me costó
190.000 VND, con comida incluida.
La salida era a las 8’00
pero, como ya estaba acostumbrada, acabamos saliendo a las 9 y pico. Mientras
tanto, nos entretuvimos con este vendedor que bailaba a la vez que cogía el
dinero que le daban por comprar uno de los dulces que tenía en la cabeza. Un fenómeno,
el tío.
La primera parada fue a
una rest room sin mucho sentido. Allí vimos un taller venido a menos, en el que
unos vietnamitas hacía pinturas lacadas. No estaban trabajando, pero hacían
como si lo estuvieran. Se notaba un montón el circo. Al final del taller había
una tienda pequeña de porcelana y pinturas.
De vuelta al autobús nuestro
guía nos fue contando lo que íbamos a ver a lo largo de la excursión. No era
Jimmy Jo, que tenía más gracia e incluso se acordó de mí cuando nos vio de nuevo en la
agencia y ya habían pasado dos semanas desde nuestra excursión a Cu Chi. Este
guía era más sieso.
La entrada al Mekong Delta
la hicimos por My Tho, la capital de la provincia de Tien Giang, tres horas más
tarde. De la ciudad no vimos nada. Sólo nos paramos en su maravilloso templo: la
Pagoda de Vinh Trang, que tiene enormes estatuas de Buda. Dentro vimos cómo
rezaban algunos monjes, incluso nos invitaron a pasar a la sala de oraciones. Y a ver,
también, cómo eran llamados para el almuerzo.
Subimos otra vez al autobús para bajarnos al poco tiempo y montarnos en un barco en el que daríamos una vuelta por el Mekong. El barco nos dejó en Unicorn Island. Allí nos recibieron en un restaurante para contarnos las lindezas de los productos que realizaban con la miel que sacaban de sus abejas. Nos dieron té y frutas, y nos dejaron coger un panal y conocer a una gran serpiente. Luego, sutilmente, nos invitaron a que compráramos cremas, té y caramelos hechos con miel.
El barco nos llevó a otra
parte de la isla. Olía fatal. Era la del taller de caramelos de coco. Y lo que
olíamos era a cocos podridos que tiraban al suelo. Cuando nos acostumbramos al
olor, probamos unos cuantos caramelos y acabé comprando una bolsa por 1€. El proceso
de fabricación, más artesanal imposible.
Nuestra siguiente parada fue
para comer en un restaurante en un entorno ideal. Todo lleno de palmeras,
plantas, rodeados de canales… El paisaje me encantó, incluso pudimos ver al
saltarín del fango, que pueden respirar fuera del agua. Mientras los demás iban
terminando de comer, podías coger una bici para darte una vuelta por el lugar.
La peor parte vino justo
después. No le gustó a ninguno de los occidentales que hizo la excursión en mi grupo. En Ben Tre el guía nos dijo que íbamos a dar un paseo en caballo. Hasta
ahí bien. Pero cuando vimos a los pobres caballos, se nos cayó el mundo encima.
Estaban en unas condiciones pésimas. Escuálidos y maltratados. No paraban de
golpearles con el látigo para que tiraran de unos carros abarrotados de
turistas. Parecía que iban a desfallecer.
El guía nos dijo que
teníamos que subirnos porque íbamos retrasados y nos estaban esperando al otro
lado del camino. Todos insistimos en ir andando, pero no nos dejó. Aun así,
manifestamos nuestro malestar y así lo dejamos patente cuando volvimos a la
agencia.
Al bajarnos de los carros,
nos estaban esperando unas barquitas encantadoras para dar un paseo por los
canales. A mí fue lo que más me gustó. Estaba todo en silencio, parecíamos
exploradores. Además, para causar esa sensación mágica, las barcas iban muy
alejadas las unas de las otras.
La última atracción fue en
un escenario. Allí, los habitantes de la aldea nos cantaron unas piezas
tradicionales mientras comíamos fruta. Al final del concierto pasaron unas
cestas para que les dejáramos propina. Y se la merecieron, aunque sólo fuera por el
esfuerzo de los músicos, con esa edad…
La visita, en general, no
estuvo mal por el paisaje. Pude aprender cómo vive esta gente en el Delta,
qué trabajos artesanales siguen haciendo, montarme en barco de motor por el
Mekong y en barquita silenciosa por los canales, conocer su música tradicional…
Si no hubiera sido por lo de los caballos, todos nos hubiéramos ido tan
contentos.
Por favor, si haces esta excursión, pregunta en la agencia por el
paseo en caballo y di que no lo quieres hacer. Que se lo ahorren, con tal de
no ver esos ojitos sufriendo mientras ven caer el látigo una y otra vez.
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