Hice la reserva mediante Booking.com por tan
sólo 36€ por dos noches con desayuno. Aparentemente puede parecer una ganga,
pero en Luang Prabang por ese precio hay alojamientos mejores. No es que
buscara algo lujoso, pero lo que encontré fue un hotel cutre de narices.
Las fotos que aparecen en cualquier web de reservas
yo no sé cuándo las hicieron, pero no se parecen en nada a este sucio lugar.
La furgoneta del aeropuerto, después de perderse
dos veces, logró dar con la calle, toda llena de hoteles y restaurantes con muy
buena pinta, junto al río, buenas vistas y tranquila, pero cerca del centro.
Riverside Guesthouse Hotel
Todo bonito, hasta que llegué a mi hotel. La
entrada ya estaba dejada. Subí las escaleras y me encontré a un chico
tumbado en un sofá mientras comía unas hierbas, que me dijo que era lao food.
Me saludó con sueño, abriéndosele la boca y se fue
hacia el mostrador de recepción. Tenía apuntado en un papel mi nombre, lo
comprobó todo tardando una vida… y me dio la llave de la habitación.
Anduve por un pasillo debajo del porche, lloviendo
a cántaros. Todo el pasillo lleno de trastos. Al final de éste había un lugar
con todo tipo de cosas viejas: una lavadora, cuencos, ropa en perchas, una
especie de tinajas… y unas telarañas que asustaban. Mi habitación era
justo la que había al lado de ese lugar. Genial.
Intenté abrir, pero nada. Llamé al chico. Con
toda la parsimonia del mundo comprobó la llave. Me dijo que no, que la
mía era la habitación de al lado, porque yo había contratado una
cama de matrimonio. Fui con la nueva llave a la nueva habitación: ¡estaba
ocupada! Vuelvo a llamar al chico y…se quedó con cara de palo. Parecía que le
iba a salir ya humo de la cabeza porque se quedó bloqueado. No sabía qué hacer.
Al final me dijo que no tenía más habitaciones que la de al lado de la especie
esa de tratero/basurero, pero que tenía dos camas y no una de matrimonio. Me abrió
esa, por fin (ya estaba harta y me daba igual), y entré.
La habitación
Bueno… hacía tiempo que no estaba en un sitio tan
cutre. Me recordaba a mis días por China. La habitación tenía dos camas
enormes, con unas sábanas y una colcha llena de manchas. Yo no dormí a gusto
porque me picaba todo y pensaba que había bichos pero, por suerte, me levanté
sin picaduras.
Al verla en esta foto, no me puedo creer que ésta fuese mi cutre-habitación. Aquí parece preciosa. |
No había posibilidad de colgar mi mosquitera
de ningún sitio y mosquitos había a puñaos. Así que, a dormir bañada en Goibi.
Los armarios parecían que estaban carcomidos. No saqué
nada de mi maleta. También había una mesita y una silla vieja. Al menos el aire
acondicionado funcionaba bien y había wifi.
El baño
El baño era el cuarto de los horrores. Digno de
cualquier videojuego de zombies. Medía la mitad de la habitación, enorme. Un
espejo roto, un lavabo lleno de óxido y una papelera sucia. Un punto a su favor era que no olía a
tuberías...
Separada por un medio tabique estaba la ducha. Un mango
con un sumidero en el suelo. Y ya está. Menos mal que me llevé mi propia
toalla, porque si no, me seco al aire. Lo juro. Las toallas mejor ni tocarlas.
Además, más tarde descubrí que su sitio de secado era…¡el cuarto
trastero/basurero! Sí, colgando de otras perchas.
Al ver fotos así, no me creo ni que fuera el mismo hotel. O son de hace miles de años, o no lo entiendo.
El desayuno
A la mañana siguiente fui a desayunar. Las mesas
del desayuno (no sirven otra comida) se colocan en ese mismo pasillo, delante
de las puertas de cada habitación. El chico me trajo una carta, pero resultó
que no tenía casi de nada. Al final de 12 opciones, sólo había 3.
Después de ordenar los platos y esperar, apareció de
nuevo. Otra noticia que se ve que se le había olvidado: el desayuno era a partir
de las 7’30 y eran las 7’15. La chica que cocina no había llegado aún. Bueno,
decidí esperar a que llegase. Total, si ya había hecho el pedido.
El tío venía de vez en cuando y me rellenaba el
café, pero nada de comida. Con los nervios que me entraban cada vez que lo veía
aparecer con esa calma, que le pesaba la vida… y tanto café… es que me iba a
dar ya hipertensión, como mínimo.
A las 7’45 apareció de nuevo el empanao (es que ya
no sé ni cómo llamarlo). Me dijo que si la cocinera no venía en un rato
(indefinido), se metía él en la cocina y me hacía él mismo el desayuno. Genial y
¿por qué no me lo haces tú mismo ya? Es que cada vez que me ponía a hablar con
él, tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Una frustración...
Total, que acabé comiendo a las 8’00 porque al
chico de la pachorra no le dio la gana de hacerme él la comida. La cocinera,
que vino en moto, tenía un humor de perros. Era la misma que limpiaba y tenía
una pinta… Mi esperado pancake de chocolate resultó ser una
tortilla francesa con sirope de chocolate en el centro y sal. Mmm… buenísimo 😒
El personal
El personal sólo consistía en ese chico y en la “agradable”
cocinera-limpiadora. El chico parecía que sabía hablar inglés, pero no era así.
Sabía frases básicas, pero algo más complejo, no. Lo peor de todo era que
asentía con la cabeza como si se estuviera enterando de todo. Pero luego no
hacía nada. Y hasta que pillé que no se enteraba de lo que hablaba,
pensaba que me estaba tomando el pelo.
Al día siguiente hice una reserva de una excursión en una agencia de viajes. El que me atendió llamó por teléfono varias veces a mi hotel para acordar con él la hora a la que iba a ir a recogerme un tuk tuk para llevarme a la estación de autobuses. Después de llamar varias veces, consiguió que se lo cogiera. Pero, al parecer, la comunicación fue imposible. El de la agencia me dijo que no comprendía lo que le había dicho el chico. Pero, bueno, entonces ¿era problema de mi inglés o de su laosiano? Porque si ya no lo entendían ni los suyos...
Lo mejor de todo fue su cara al día siguiente cuando le pregunté que si ya había llegado mi tuk tuk. Me dijo muy extrañado:
- ¿Qué tuk tuk?
- Joder, el que te explicó ayer el de la agencia por teléfono. Y el que te dije yo anoche que hoy venía a recogerme.
Pues nada, como si hubiera hablado el día anterior con un alien.
El pago
Como no esperaba que fuera de otra forma, al
intentar pagar con tarjeta, ésta no funcionó. Por la noche le pregunté si se
podía pagar con tarjeta y me dijo que sí. Claro, eso fue antes de descubrir
que no se enteraba de lo que le estaba diciendo, pero hacía como si se
enterase.
El datafono no funcionó. Me dijo que llevaba mucho tiempo estropeado. Así que a buscarme la
vida con el efectivo.
Al final me dio pena y todo. Después de ser un
desastre total mi estancia allí, vi cómo vivía. Su habitación consistía
en ese sofá, al lado del mostrador. Ahí dormía. Con el frío de la noche y la
humedad, porque la recepción siempre estaba abierta por el porche. En una
mesita tenía una kettle y una tele. En recepción había un monitor antiguo de
ordenador, pero no funcionaba bien. Así que no tenía mucho entretenimiento.
Pero, como casi todo el mundo en Laos, sobre todo
los hombres, tenía esa cara de felicidad envidiable.
RIVERSIDE GUESTHOUSE
Kingkitsarath, 06000 Luang Prabang
+85 620 911 386 86
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