Después de
venir de San Antonio de Areco, me cambié a la estación de al lado de la de
autobuses, la estación de trenes de Retiro. Desde allí, con la Tarjeta SUBE, me
monté en un tren para ir a la última etapa de mi viaje: la ciudad de Tigre.
El tren iba de
lo más animado. Vendedores, músicos… no pararon en los 55 minutos de trayecto. Ideal
para los turistas que vamos entretenidos, pero no para los estudiantes y demás
gente que quería ir tranquila.
La estación de
Tigre está en el centro de la ciudad, por lo que no hay que caminar mucho para
ver lo más representativo. De todas maneras, hay un autobús turístico que te da
una vuelta por los once lugares más populares. Yo sólo quería pasar la tarde
allí disfrutando del solecito.
Había muchísima
gente por todos lados. Antes de seguir caminando, me paré en una chocolatería que
había en frente de la estación. Y me tomé mi último submarino argentino. Después
comencé a andar por la Avenida Mitre paralela al río Tigre. Su nombre se debe a
un yaguareté que antiguamente asolaba la zona. Los propietarios lo sacrificaron
y el arroyo comenzó a ser conocido como Tigre.
Desde este paseo
salen las embarcaciones turísticas que llevan a los turistas hacia el Delta del
Tigre, mientras van haciendo un recorrido por el río.
Al final del
paseo está Chinatown, el Parque de la Costa (un parque de atracciones), el
Teatro Nini Marshall y el Casino Trilenium. Atravesé Chinatown viendo
tenderetes, hasta llegar a la zona de Puerto de Frutos.
Hasta mediados
del siglo XX, en Puerto de Frutos desembarcaba la producción frutal del Delta
del Paraná, que luego era comercializada en la ciudad de Buenos Aires. La
producción frutal del Delta ha decaído, y actualmente los únicos productos de
las islas que se comercializan en este mercado son las artesanías de mimbre y
junco, muebles de pino, miel de abeja y las embarcaciones que salen a la isla a
vender mercadería.
El lugar y los
alrededores eran un hervidero de gente. Había puestecillos de comida y
souvenirs por todos lados y mucho más baratos que en Buenos Aires. Me encantó
la zona.
Di la vuelta
por el Boulevard Sáenz y crucé el puente que hay en frente de la estación de
tren, siempre caminando por la costanera, hasta llegar al Paseo Victoria.
Cuando
anocheció, volví a Buenos Aires. Mi avión salía al día siguiente por la mañana
temprano y tenía que decir adiós a Argentina.
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