Después de descansar de tanto coche en el hotel, me fui a descubrir Hoi An. Me habían dicho que era como Pingyao (en China), pero me decepcionó bastante. Es una ciudad totalmente turística y, aunque el paisaje con su río y sus casas tan bien conservadas sea precioso, lo poco salvaje que vi en Pyngyao en cuanto te alejabas un poquito del centro, o antes de que llegaran los autobuses de turistas, aquí no lo vi. Aunque, si no has visto esta ciudad medieval china antes, puede que Hoi An te impresione.
Lo primero que hice fue comer y tomarme un café vietnamita en la calle del hotel, después compré las entradas para ver el centro en una
taquilla que había justo donde empezaba la zona peatonal.
Estas entradas sirven para ver tan sólo 5 de los 18
edificios que hay abiertos al público y el dinero recaudado se supone que va a
parar al mantenimiento de los edificios. También puedes visitar el centro sin
necesidad de comprar ninguna entrada, paseando.
Los sitios para visitar no me gustaron mucho, la
verdad. Era tal el circo turístico que habían perdido su esencia
antigua, llenándolo todo con mostradores para que compraras. Tan sólo los
templos y el Puente Japonés llamaron mi atención.
Los museos son pequeños y las casas antiguas,
aunque están muy bien conservadas, no se pueden visitar bien. No se disfruta. En
la entrada te piden el ticket, te sientan en unas sillas y te hacen esperar
hasta que viene una guía. La casa está atisbada de guías y grupos, no se puede
casi ni andar y hacer una foto ya… ni te cuento. La guía enseña una
habitación antigua, subes la escalera, ves el balcón y un salón, como
puedes. En todas las estancias, los muebles y las fotografías antiguas
conviven con los artículos de venta al turista, una pena que distorsiona todo. Cuando
la guía termina su explicación de 5 minutos, insiste en que compres algo
para el mantenimiento. Los precios son mucho más caros que fuera.
Después de ver varias de estas tiendas encubiertas
y gastar mis tickets a lo tonto, descubrí que lo mejor que tiene Hoi An
no está ahí, sino en sus propias calles. Así que el resto del día me lo pasé curioseando por ellas una y otra vez. El centro es pequeño, se recorre
pronto.
Compré un montón de recuerdos en las tiendas que
hay junto al río y fui a una tienda japonesa (al final cada uno tira para lo
suyo) para cargarme más de cosas. Ya la mochila casi no cerraba.
En el mercado, aproveché para comprar los
filtros-cafetera tan graciosos en los que te sirven aquí el café. A un precio
irrisorio. Así me acordaría de Vietnam cuando volviera a casa disfrutando de un café hecho a la manera tradicional.
Cuando el mercado cerró crucé el puente de los
dragones para ver el mercado nocturno. Este está más orientado a los souvenirs
y se regatea mucho.
En los alrededores del río no paraban de aparecer
vendedores de todo tipo: barqueros, vendedores de farolillos para que echaras
al agua, de recuerdos, de viajes en cyclo… era un poco agobiante. Y había
muchíiiisimos turistas. Además, era un día muy importante allí, porque se
estaban celebrando un montón de bodas.
Agobiada ya de tanta gente, salí del centro
para inspeccionar los alrededores. Por allí podías encontrarlo todo mucho más
barato, incluso el agua. Eché un vistazo a las sastrerías y vi cómo
tomaban medidas a los clientes y cómo estaban cosiendo tan tarde en los
talleres.
Aquí dejo algunas de las fotos que hice de esta ciudad:
Entrada turística a Hoi An:
- Precio: 120.000 VND
- Sirve para tres días consecutivos.
- Con ella puedes ver el interior de 5 edificios antiguos.
- La Oficina de Turismo, tiene wifi gratis.
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