5 lugares imprescindibles que ver en Lucainena de las Torres

En el interior de la provincia de Almería, Lucainena de las Torres destaca como uno de los Pueblos más bonitos de España. Su origen, así como su nombre, parece que deriva de un tal Lucanius que habitaba una villa romana situada en este lugar. Más tarde pasó a manos de los árabes y cambió su nombre por Locaynena. Es en esta época musulmana cuando la villa es rodeada con una muralla y con seis torres que guardaban a otra torre principal en la que se refugiaban los habitantes de los asedios. Por ello era conocida como Lucainena de las Siete Torres, llegando a nuestros días como Lucainena de las Torres.

Sus años de mayor apogeo son en el siglo XIX y principios del XX, cuando se realizan diversas explotaciones mineras que atraen a muchos trabajadores, aumentando así su población. Hasta su cierre definitivo durante la crisis de la minería en 1942, desmantelando las instalaciones mineras y ferroviarias.

Toda esta historia y bagaje cultural quedan reflejados en sus gentes, monumentos y callejuelas de un pueblo a la sombra de una peña. Lo llaman el pueblo de la flores y es que en cada rinconcito es posible encontrar macetas adornando el municipio. Al pasear por este pequeño lugar podrás visitar sus antiguos lavaderos públicos, asomarte a sus miradores admirando la Torre de El Molinillo y el barranco de Juagarí, darte un paseo por la Vía Verde aprendiendo un poco más de su pasado minero y disfrutar de alguna de sus delicias gastronómicas en sus tiendas y restaurantes. 

Qué ver en Lucainena de las Torres

1. Vía Verde: en la parte baja de Lucainena aparece esta ruta, bien señalizada, que sigue parte de la línea de ferrocarril que unía este pueblo con Aguamarga. El sendero (de 5 km) llega hasta Polopos, cerca del cortijo El Saltador y recorre restos mineros de las explotaciones que se llevaron a cabo en la zona a principios del siglo XX. El recorrido comenzaba en los hornos de calcinación, seguía por la estación de tren y discurría por el valle, laderas y barrancos hasta llegar a Aguamarga, donde se encontraba el embarcadero. En el inicio de ruta hay un aparcamiento señalizado y una caseta informativa.


2. Iglesia de Nuestra Señora de Montesión: en la parte alta del pueblo se alza esta iglesia del XVIII construida en estilo neoclásico. La iglesia original se remonta a 1505, cuando se levantó sobre una antigua mezquita. Desgraciadamente ésta fue destruida y saqueada por el pirata Omar-Al Askenn. La que podemos ver hoy es fruto de muchas remodelaciones sufridas a lo largo de los años. De planta de cruz latina, destaca por su sencillez.

3. Mirador el Poyo de la Cruz: justo delante de la iglesia, puedes disfrutar de este precioso balcón que te ofrece unas impresionantes vistas del valle.

4. El Peñón: nada más acercarte al pueblo te llamará la atención esta peña situada sobre el caserío y que la resguarda del sol en verano. La leyenda cuenta que los descendientes de los moriscos expulsados de Lucainena contaron a antiguos emigrantes retornados de Orán que bajo el peñón había tesoros de incalculable valor. Esta historia siguió recordándose en el pueblo hasta que en la década de 1940 un pastor se quedó dormido en la ladera apoyándose sobre una piedra. Se levantó con dolor de cabeza y pensó que debajo de ella había un tesoro. Se puso a excavar y halló una olla de barro llena de monedas de oro que fue arrojando por el peñón porque, según él, haciendo esto le dolía menos la cabeza 😕 Escuchado su relato, los vecinos del pueblo se acercaron al lugar y comprobaron que lo que decía el pastor era cierto, repartiéndose el tesoro entre sus habitantes. La Guardia Civil se enteró de la noticia y peinó la zona para recuperarlo, aunque no encontraron ni una sola de las monedas.

5. Hornos de Calcinación: por una senda que está anunciada en diversos lugares del pueblo, se llega en pocos minutos a los antiguos hornos de calcinación, compuestos por ocho de estas construcciones de planta circular, que datan de 1900. Están realizados con muro de mampostería y revestidos con ladrillo refractario en el interior. Dentro cabían hasta 50 toneladas de mineral calcinado, transformando el carbonato de hierro en óxido. El mineral era llevado hasta ellos en vagonetas y, más tarde, era cargado en las vagonetas del ferrocarril.

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