Argentina: Día 10 - Mis problemas visitando la Colonia Suiza de Bariloche



En frente de mi alojamiento esperé para montarme en el autobús que llevaba a Colonia Suiza. Me monté en el primer autobús de la línea 10. Había muy poca gente en él, era aún de noche, y todos íbamos al mismo sitio.

Colonia Suiza es una aldea muy pequeñita que está a 25 kilómetros de la ciudad de San Carlos de Bariloche. Se encuentra situada al pie del cerro López y está llena de tiendas y restaurante. Además, desde allí parten muchos senderos, como los que llevan a la Laguna Negra o al refugio Jakob. Ambos intransitables cuando yo fui, debido al temporal.

Su historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando lo hermanos Félix, Camilo y María Goye se asentaron en la zona. Provenían del cantón suizo de Valais. Habían atravesado los Andes y decidieron quedarse aquí, constituyendo lo que sería el primer asentamiento suizo en la Patagonia. Pronto le seguirían otros, como las familias Mermoud, Cretton, Felley, Jackard, Fotthoff, Lojda y Neu, gracias a la Ley Hogar de 1902.




Ellos mismos construyeron sus casas de madera, e incluso sus embarcaciones con las que transportaban mercancías por los lagos andinos. También levantaron una escuela y una capilla. Además de constructores eran buenos agricultores y recolectores de frutos con los que luego elaboraban dulces y conservas.





Hoy la colonia tiene 150 habitantes. Muchos son herederos de estas tradiciones y siguen construyendo de la misma manera y siendo excelentes reposteros.

Pero lo que hace famosa a esta aldea es un modo particular de cocinar: el curanto. Durante sus viajes a Chile, estos suizos conocieron el curanto chilote con mariscos, que luego empezaron a elaborar aquí con carnes y hortalizas.




Consiste en cavar un hoyo en el suelo, en el que se colocan piedras incandescentes dentro de una hoguera. Encima de las piedras se ponen hojas de maqui o nalca y, encima de éstas, se van disponiendo carnes y verduras: chorizos, cerdo, cordero, patatas, zanahorias… Todo se cubre con hojas y telas húmedas para preservar el calor. Después, la preparación se cubre con un montón de tierra, convirtiendo así a todo este arreglo en un horno de verdadera presión.

Problemas con los horarios en Colonia Suiza

Cuando llegó el autobús nos bajamos todos los que estábamos en él. Y nos quedamos todos igual de desamparados. Absolutamente todo estaba cerrado y no había ni un alma por allí.



De repente, una señora salió a recibirnos. Era la guardia que había en el puesto de Policía. Nos dijo que nos podíamos refugiar en su puesto para estar calentitos y charlar un rato con ella, porque fuera estaba nevando ya fuerte. Al menos hasta que estuviera abierta la primera cafetería.

Nos dijo que la gente se quejaba de los horarios de autobuses, pero que desde la Oficina de Turismo la cosa seguía sin cambiar. Animaban a la gente a venir a ver la Colonia, les decían los autobuses que tenían que coger, pero cuando venían todo estaba cerrado.


El problema principal es que sólo hay dos autobuses que lleguen a Colonia Suiza por la mañana. Uno sale a las 8’00 y llega allí a las 9’00 (el que habíamos cogido todos nosotros). En ese no puedes hacer nada porque todo está cerrado. Y el siguiente llega a las 14’20 y ya no puedes comer curanto porque es tarde y ya han acabado con todos los turistas que han venido en su propio coche o en excursiones organizadas.

Una decepción que nos llevamos todos. El curanto empieza a prepararse por la mañana, pero tarda mucho en hacerse. Nos dijeron que hasta las 14’00 no estaría listo. ¡Teníamos que esperar 5 horas en un pueblo de tres calles! Lo peor de todo es que el siguiente autobús que podíamos coger para volver a Bariloche salía a las 17’45. Es decir, que si queríamos curanto debíamos pasar allí casi 8 horas.


Un poco antes de las 10’00, la señora nos acompañó a la única cafetería que ya estaba abierta. Allí nos acogió la dueña y estuvimos más de una hora con un chocolate y unos dulces mientras fuera nevaba cada vez más.


Cuando paró un poco, nos dimos una vuelta por el poblado. Visitamos las pocas tiendas que estaban ya abiertas y cogimos el autobús de vuelta a las 12’00 y que para en la Cervecería Berlina.


Para colmo, en la página web oficial de la Tarjeta SUBE aparecía que en la colina había un punto de recarga. Mi tarjeta estaba ya en negativo, así que le pregunté a la guarda que dónde la podía recargar. Me dijo que lo anunciaron hacía un montón de años, pero que nunca vinieron a instalarlo. Genial. Menos mal que uno de mis compañeros de fatiga de ese día me dejó la suya. Al menos me sirvió para conocer a unos argentinos muy simpáticos.

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